Productores de todos los rubros, desde huevos, vegetales y pollos a productos químicos y plásticos, miran con aprensión el impasse de la frontera. No solo la construcción, el turismo y el campo dependen de la mano de obra directa que viene de Haití.
Es el mercado más cercano y más necesitado. Del que se benefician no tanto los grandes exportadores como pequeños y medianos comerciantes.
La frontera cerrada y los bolsillos vacíos. No es la primera vez ni será la última, así que toca replantearse una serie de asuntos eternamente pendientes sobre los que el empresariado dominicano tiene fuerza y razones para resolver.
La migración regularizada sin trapicheos ni corrupción de cualquier índole, con contratos y permisos de trabajo temporales cuando así se requiera. Reunificación familiar de acuerdo a lo que se defina legalmente. Todo claro, todo ordenado. Todo pensado en beneficio del país, no de grupos específicos. Militares y civiles.
La tensión ciudadana, política y social que genera el tema haitiano no conviene a nadie. Los políticos tratan de sacar rédito electoral de manera bastante incendiaria. Los empresarios tienen mucho que perder. Quizá por esa vía alguien sugiera algo sensato.