Más allá de los fastos y el fitureo, la feria turística de Madrid, FITUR, tiene un significado especial para la República Dominicana. Nos recuerda cuánto depende nuestra economía del turismo y que detrás de las cifras impresionantes hay rostros concretos y esfuerzos sostenidos.
En la región, hemos escalado hasta el segundo lugar en recepción de turistas, con holgada ventaja. De la incredulidad inicial sobre la llamada “industria sin chimeneas” hemos pasado al reconocimiento de que aquellos visionarios, en su momento vistos como soñadores o empresarios menores, iban un paso adelante. Persistieron pese a las dudas y, gracias a su determinación, el turismo se ha convertido en una fuente clave de empleos, bienestar e inversiones millonarias. Lo de hoy es una larga historia de persistencia, conversión de incrédulos y de la sociedad en base a resultados concretos.
A menudo reducimos el turismo a sus efectos económicos, pero su impacto va más allá. Hay otras riquezas no tangibles. Millones de visitantes han ayudado a que dejemos de ser el “secreto mejor guardado del Caribe”, un punto ignorado en el mapamundi. Hemos ganado visibilidad en el escenario global y, con ello, un mayor respeto por nuestra identidad cultural. El contacto continuo con el mundo también nos ha obligado a mirarnos con otros ojos y a valorar nuestra diversidad como un activo.
El equipo del Ministerio de Turismo, en coordinación con Relaciones Exteriores, ha hecho un trabajo sobresaliente en expandir nuestra influencia regional. El éxito en esta industria, tan competitiva, ha proyectado al país como un referente de esfuerzo, hospitalidad y alegría. Como resultado, la imagen de la República Dominicana en el exterior ha mejorado notablemente, destacándose por su resiliencia, capacidades y estabilidad social.