Una cosa es cierta en asuntos económicos. No existe nada que sea del todo bueno. Hasta las innovaciones en apariencia más beneficiosas tienen consecuencias perjudiciales. Puede ser que favorezcan a la gran mayoría de las personas, pero habrá quienes resulten ser lesionados. O quizás se trate de procesos que hacen subir el nivel general de vida, pero a expensas de características potencialmente valiosas.
La mecanización de las actividades agrícolas es un ejemplo a ese respecto. En los países en los que se ha difundido más, se registra un notable aumento en la productividad por trabajador. Al contar con el apoyo de maquinarias y equipos, las labores agrícolas se llevan a cabo con mayor eficiencia, más rápido y con menores desperdicios.
Pero la mecanización requiere inversiones para ser puesta en marcha, y más amplias extensiones de terreno para ser rentable. Se observa por esa razón que suele ser acompañada por la consolidación de propiedades y la aparición de conglomerados empresariales que asumen el control de las operaciones, o se constituyen en eslabones esenciales dentro de la estructura productiva. Con frecuencia sucede que anteriores productores independientes pasan de hecho a ser empleados de esos conglomerados.
En las grandes praderas del centro de los EE.UU., por ejemplo, donde por el tipo de terreno y de cultivo la mecanización ha sido más intensa, el porcentaje de la población que se dedica a la agricultura ha descendido progresivamente, hasta llegar en algunos condados hasta cerca del 1%. El propio concepto de la vida rural ha cambiado radicalmente, y las actividades agrícolas han perdido su rol de ocupación familiar tradicional, traspasada de una a otra generación. Las labores antes realizadas por las familias son ahora desempeñadas por trabajadores contratados con ese propósito, muchos de ellos transitorios. Los jóvenes emigran a las ciudades en busca de oportunidades, y las tasas de adicción a las drogas superan a las de los grandes centros urbanos.