Las premoniciones de Malthus sobre el aumento desproporcionado de la población, sustento de los informes alarmistas y ya olvidados del Club de Roma, resultaron falsos. No así la inferencia sobre la variable poblacional como losa sobre el desarrollo.
Un censo sobrepasa el límite estrecho del conteo de habitantes. Desvela tendencias y confirma la idoneidad de políticas de mediano y largo plazo, por ejemplo. Nuestro último empadronamiento ha mostrado el éxito de los esfuerzos público-privados para disminuir el ritmo de crecimiento de la población. De paso también, un mejoramiento de las estructuras físicas bajo las cuales nos guarecemos los dominicanos, señales positivas de avance. El trickle down de la expansión económica es lento, cierto, pero produce cambios de impacto alentador duradero.
Los programas de control natal tropezaron con valladares erectos en base a tozudez y dogmas de sorprendente anidamiento en los antípodas ideológicos. El Estado, administrado a la sazón por hombres conservadores, afrontó con entereza la oposición a decisiones que en verdad eran de libertad personal y contención de la pobreza. Hoy, el libre acceso a los anticonceptivos y consecuente educación sobre su uso dejaron de ser parte de la conversación pública. Esa política queda validada por el último censo: nos reproducimos a ritmo más tardo y mejoran substancialmente las expectativas de vida.
Cambiarán los tiempos y también las ideas. Llegará, probablemente sin prisa, el momento en que compartamos con el presidente Joe Biden –un hombre profundamente religioso, de valores y principios arraigados– el mismo ardor con que defendió las tres causales en el enconado debate político del jueves frente a un amoral Donald Trump. En la senectud como en la juventud, defender en lo que se cree sin irrespetar al otro será siempre una virtud.