Los casos judiciales contra la corrupción han dado a demostrar una cosa y es que cada quien jala para su lado de la manera más absurda posible, si es necesario, y que vale más el sonido que la realidad de las cosas. Ya nadie defiende su inocencia sino que cuestiona los acuerdos a los que han llegado los delatores, como si las imputaciones desaparecieran con esos alegatos. Por lo visto, por estos lados, es más relevante lo que parezca ser que lo que realmente es.