La pasión por el relato de las guerras y batallas más importantes en la historia de la humanidad, es una que me acompaña desde muy joven. Leer las memorias de esas contiendas y seguir los filmes bélicos, y ahora los docudramas de los grandes episodios guerreros, forma parte de mis devociones laicas más acendradas.
El jueves 6 de junio pasado se conmemoró el 80º aniversario del desembarco en Normandía por las fuerzas aliadas de Estados Unidos, Reino Unido y Canadá, aunque en la logística operativa tomaron parte otros doce países, especialmente Francia, la nación intervenida. Normandía se ubica en la parte norte de Francia, donde tuvo lugar la operación militar por aire y mar más grande conocida hasta entonces, con la finalidad de terminar con la ocupación nazi de toda Europa occidental.
La Operación Overlord, como se llamó, se planificó bajo estrictas medidas de confidencialidad, a fin de evitar que la poderosa maquinaria de inteligencia de Alemania se enterara del proceso en marcha. Imposibilidades de entendimiento entre las naciones aliadas, enemistades internas, disparidades funcionales, acciones fingidas, egos revueltos y hasta condiciones meteorológicas adversas fueron los ingredientes de los que poco se habla de la que sería reconocida como la más decisiva de las decisivas batallas del mundo.
Probablemente, la planificación del Día D la iniciara, sin proponérselo, Winston Churchill, cuando en 1940 creó la Dirección de Operaciones Especiales, con la finalidad de promover los movimientos de resistencia en la Europa ocupada. Southwick House, una mansión del siglo XIX, en Hampshire, Inglaterra, fue facilitada por sus propietarios para instalar allí el mando supremo de las fuerzas expedicionarias aliadas, comandadas por el almirante sir Bertram Ramsay, jefe de las fuerzas navales para la invasión de Europa. Sus jardines y el bosque aledaño fueron cubiertos de barracones y tiendas de campaña para soldados, mientras la base naval de Portsmouth, a unos ocho kilómetros, se proveía de baterías antiaéreas y de un arsenal naval para protegerse de posibles ataques de la Luftwaffe, la moderna y potente maquinaria aérea nazi. En las semanas previas al Día D, el almirante Ramsay se dejaría acompañar del general Montgomery, jefe del ejército aliado. y del general Dwight Eisenhower, designado Comandante Supremo de la operación.
Cuando la Operación Overlord estaba ya decidida, finalizando el mes de mayo de 1944, comenzaron a surgir algunas inquietudes no previstas. Inglaterra sufría una intensa ola de calor, acompañada de una severa sequía, situación anormal para esa época. Eisenhower requirió la presencia de un experto meteorólogo, el escocés James Stagg, a quien hizo capitán para que se moviese con autoridad en aquel ambiente. Le ordenó preparar un informe del tiempo cada tres días y contrastar las mismas con la realidad cada lunes. Comenzaron a formarse áreas de depresión, con marejadas en el canal de la Mancha que impidieron que los buques de guerra pudiesen zarpar el 1 de junio desde Scapa Flow, el fondeadero de la base naval inglesa, como estaba planificado. Las nubes bajas y la mala visibilidad amenazaban las operaciones de desembarco, justo cuando ya se había iniciado el embarque de los 130 mil efectivos que formaban parte de la primera tanda de la operación. Eisenhower consideraba que posponer la invasión conllevaba un sinfín de riesgos y el nerviosismo hacía presa en él. Fumaba hasta cuatro cajetillas diarias de Camel y tomaba decenas de tazas de café. Se relajaba leyendo novelas del oeste. Resultaba imposible encerrar a 175 mil soldados en buques y lanchas de desembarco, en acorazados y convoyes, en medio de los fuertes oleajes que ya se observaban.
Mientras, había que mantener a todo coste el secreto de la operación que, hasta ese momento, había sido la primera victoria de los aliados. Gran parte de la costa meridional de Inglaterra estaba cubierta de campamentos militares donde las tropas eran mantenidas aisladas y sin contacto con el mundo exterior, muy a pesar de que, previendo el inicio inminente de la operación algunos soldados cruzaban las alambradas para tomarse un trago en un pub con sus novias y esposas. Ya un general había revelado la fecha de Overlord cuando se emborrachó en una fiesta y podía ser notada la ausencia de periodistas británicos que habían sido invitados a acompañar a las fuerzas invasoras. La posibilidad de filtración del proceso era pues, muy elevada. Los ingleses y los alemanes sabían, por supuesto, que ocurriría ese desembarco, pero nadie conocía cómo, dónde, ni cuándo. Un operativo exitoso había sido, de parte de Gran Bretaña, el apresamiento de todos los agentes alemanes que operaban en su territorio.
Entonces, se ideó la más original y ambiciosa medida de divertimento en la historia de la guerra, la Operación Fortitude, dividida en Norte y Sur. La Norte creó un falso ejército británico en Escocia, preparado para invadir Noruega. Y en la Sur, George Patton, “el general más temido por los alemanes”, fingía poseer once divisiones en el sureste de Inglaterra y creaba el espejismo con una serie de aviones de cartón piedra y 200 lanchas de desembarco de material hinchable. Incluso, se creó la 2ª División Aerotransportada, inexistente, y dos cuarteles generales destinados a emitir mensajes ficticios por radio de forma constante. A esto se agregaban 27 agentes totalmente inventados y un bombardeo a la central de inteligencia alemana en Madrid con estrategia elaborada por Londres. Toda esta falsa operación, obligaba a los alemanes a ubicar sus tropas y a modificar sus estrategias con sus miras puestas en los lugares más alejados del espacio real de desembarco de las tropas aliadas.
Otras operaciones adicionales de distracción fueron puestas en funcionamiento: la Ironside, que se especializaba en el uso de mensajes cifrados falsos y en dar la sensación de que se preparaba una segunda invasión desde la costa occidental francesa; y la Copperhead, que contrató a un actor que era un “doble” del general Montgomery que se encargó de visitar Gibraltar y Argel dejando entrever en declaraciones abiertas que se preparaba un ataque en la costa del Mediterráneo. La desinformación como estrategia se complementó magistralmente con un complejo secreto en Bletchley Park -con su nombre en clave Boniface- que descifraba las comunicaciones enemigas, mientras se aparentaba que era labor de un agente solitario. Los alemanes terminaron creyendo todas las informaciones difundidas por Fortitude, Ironside y Copperhead.
A lo interno, se producía una intensa batalla de egos. El general Montgomery, a quien apodaban Monty, y el mariscal de campo sir Alan Brooke, irrespetaban a Ike Eisenhower, a quien consideraban sin capacidad para ejercer el mando supremo. El general Patton, de temperamento problemático, se llevaba muy mal con Montgomery. El mariscal Leigh-Mallory, jefe aéreo, pregonaba una estrategia diferente a la acordada. Churchill odiaba a Monty y recelaba de Patton. Ike, empero, batallaba para mantener unido, con especial sentido del equilibro y la prudencia, a ese equipo tan desigual. Había preparado un comunicado secreto para que, en caso de que fallara la operación, se le atribuyera a él toda la responsabilidad. Antony Beevor anota que, en verdad, ninguno tenía la razón. Eran opiniones absolutamente injustas. “Eisenhower demostró poseer un buen criterio en todas las decisiones clave relacionadas con el desembarco de Normandía y sus habilidades diplomáticas lograron mantener unida una frágil coalición”. Cuando todo concluyó, el almirante Brooke reconoció su error, expresando que “la lente del nacionalismo distorsiona la perspectiva del paisaje estratégico”. Faltaría mucho por ver aún antes del Día D.
Continuará
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EL DÍA D LA BATALLA DE NORMANDÍA
Antony Beevor, Círculo de Lectores, 2010, 759 págs. El Día D contada cómo se desarrolló minuto a minuto el conflicto, el papel desempeñado por los soldados y las secuelas que padecieron.
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LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
Antony Beevor, Círculo de Lectores, 2012, 1.195 págs. ¿Estalló la guerra en 1939 o en 1914? Algunos historiadores concluyen en que la “larga guerra” europea se inició en 1917 y terminó en 1989.
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LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
H.P. Willmott et al. Círculo de Lectores, 2004, 320 págs. Esplendorosa edición con un relato nuevo y formidables ilustraciones de la guerra más destructiva que haya conocido la Historia.
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LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL CONTADA PARA ESCÉPTICOS
Juan Eslava Galán, Círculo de Lectores, 2015, 750 págs. El año que viene se cumplirán 80 años del final de una guerra que ha dado mucho que contar. El autor convierte su historia en lectura trepidante.
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LAS GRANDES BATALLAS DE LA HISTORIA
Círculo de Lectores, 2010, 669 págs. Un equipo de redactores del canal de Historia produjo este libro extraordinario sobre las 30 batallas más famosas, incluyendo Normandía.