Antes de que se produjese el magnicidio del 30 de mayo de 1961, hubo cuatro tentativas para eliminar a Rafael Leónidas Trujillo Molina, el dictador de 69 años de edad que permaneció por casi 31 años dirigiendo con mano dura los destinos de la República.
Desde inicios de la dictadura, en 1930, se organizaron varias conjuras en su contra, pero las más arrojadas, las más tenazmente organizadas, se llevaron a cabo a partir del complot iniciado, prácticamente, desde que se produjo la expedición armada del 14 y 20 de junio de 1959.
La primera tentativa tendría lugar en Moca el 3 de junio de 1961, cuando se esperaba la visita del tirano que, en ese año, se dedicó a visitar todas las provincias del país para celebrar en ellas pomposos desfiles y manifestaciones de adhesión a su régimen. Antonio García Vásquez, un prestigioso abogado mocano, planificó un atentado mortal una semana antes de la anunciada presencia del dictador en la villa del viaducto. Con tales fines se puso en contacto con el gobernador de la provincia, Frank Rodríguez, y el pintor Poncio Salcedo, encargado de diseñar la tarima que serviría de palco presidencial al mandatario y su corte, para sugerirles que la balaustrada fuese construida a un nivel más bajo de lo planificado, aduciendo “razones estéticas y de comodidad para el Jefe”, según refiere el propio García Vázquez en sus memorias sobre el episodio final del 30 de mayo. Necesitaba una perfecta línea de tiro que hiriera al dictador en el pecho.
Para cuando se produce este plan, en mayo de 1961, la conspiración estaba muy activa, pero el grupo de Moca se mostraba desesperado porque no se había podido, por diversos motivos, consumar el hecho. Se ideó pues este temerario planeamiento que contaba con el visto bueno de Antonio de la Maza y que, además, era del conocimiento de sus hermanos, implicados en la conjura, además de otros dos antitrujillistas como Leonte Schott Michel, que moriría en la acción guerrillera de diciembre de 1963, comandada por el líder del movimiento 14 de junio, Manuel Aurelio Tavárez Justo, y del empresario agrícola Danilo Rodríguez Pérez, a quien apodaban Danilo el Guapo, uno de los colaboradores de la acción del 30 de mayo.
En los desfiles trujillistas se acostumbraba incluir a escolares con uniformes de gala, damas bien ataviadas, agricultores y profesionales que expresaban su adhesión al Jefe, batton ballet con sus correspondientes bandas de música, y las carrozas, que no eran más que camiones decorados, produciéndose una autentica competencia entre los que resultaran más lucidos y vistosos. Uno de esos camiones desfilaría con sus barandales cubiertos de pancartas que loaban al Perínclito, y en su interior estaría protegido con planchas de hierro de unas sobrantes utilizadas en la reparación del tanque del acueducto de Moca.
En esa carroza irían unos 5 o 6 hombres, apertrechados con escopetas automáticas y sus respectivos cartuchos que luego serían usados el 30 de mayo en la autopista que conduce hasta San Cristóbal, de los cuales, según el relato de García Vásquez, tenían una buena provisión. Cuando la carroza pasara frente a la tribuna donde estaba Trujillo se dispararía contra él y los hermanos que casi siempre le acompañaban en estos fastos populares, en el caso de Moca, seguramente, Petán, el cacique de Bonao, y Pipí, un bandolero que gustaba exhibirse desnudo desde el balcón cuando las niñas pasaban rumbo a la escuela en la residencia que poseía en Moca, en la sección de La Isleta, que años después se convertiría en un asilo de niñas huérfanas dirigido por las Hermanas de la Caridad. “Muertes habría quizá hasta de amigos. Propósito: liquidar a Trujillo y luego el sálvese quien pueda, cubiertos por la segura confusión. Era un plan desesperado, porque Trujillo ya olía algo”, cuenta García Vázquez. Y, en efecto, Trujillo había sido enterado por una carta anónima entregada al gobernador José Antonio Hungría, de Santiago, que delataba la conspiración y denunciaba a Antonio de la Maza, hecho que le fue comunicado a García Vásquez por el mocano Pilo Santelises, a quien Trujillo le había preguntado por de la Maza y le había hablado de su propósito conspirativo. García Vásquez se lo comunicó a Ernesto de la Maza quien de inmediato viajó a la capital en busca de su hermano, a quien le sugirió partir hacia Restauración, a los aserraderos que allí poseía, y no regresar hasta el 31 de mayo. Lourdes, la hija de Antonio y Aída Michel, se enfermó de hepatitis y Antonio se vio obligado a regresar a la capital antes de la fecha acordada con su hermano. El azar comenzaba a jugar sus cartas.
El atentado mortal contra Trujillo no tuvo lugar, obviamente, porque seis días antes el plan magnicida se adelantaría y Trujillo no iría nunca a Moca a disfrutar de su desfile, de los vítores y loas de la multitud que, con toda seguridad, se arremolinaría para festejarlo en los alrededores del parque Duarte, en la calle Independencia y frente al ayuntamiento de la localidad, donde estaría colocada la tribuna.
Pero, hubo otros tres intentos más, antes de que se produjese el definitivo la noche del 30 de mayo. Lo cuenta Miguel Ángel Bissié, el español navarro que fue uno de los hombres clave de la conjura por haber guardado las armas del hecho magnicida, algunas de las cuales ensambló y las llevó cuantas veces fue necesario, corriendo un gran riesgo personal, a la casa de Antonio de la Maza en la calle Josefa Perdomo, de Gascue, cada vez que era avisado de la posibilidad de que se concretase el plan.
La primera tentativa ocurre el 17 de mayo. Antonio García Vásquez, en una guagüita Opel de su propiedad, lleva a Tunti Cáceres Michel al taller Los Navarros, propiedad de Bissié, alrededor de las 8 de la noche. Las armas estaban guardadas en el Oldsmobile que este conjurado protegía celosamente en su taller. Ambos salen de inmediato en el Oldsmobile al apartamento de Antonio de la Maza, con Tunti al volante, quien deja a Miguel Ángel allí, mientras sigue a buscar a Pedro Livio Cedeño para llevarlo a casa de Juan Tomás Díaz, que era donde solían reunirse los conjurados. Todos los participantes en la acción del 30 de mayo se congregan en la avenida George Washington, en las proximidades de la Feria, para esperar el paso del Jefe, como establecía el plan. Esta vez también estuvieron Tunti y Ernesto de la Maza. El hecho no pudo concretarse, porque Trujillo tomo esa vez la avenida Independencia (entonces carretera Sánchez) y salió por la calle que conduce a la cervecería, doblando a la derecha por la Feria Ganadera. Las armas volverían a ser guardadas en sacos de yute y colocadas por el propio Antonio de la Maza en el Oldsmobile que Bissié conduciría de nuevo hacia su taller.
La segunda tentativa ocurre siete días más tarde, el 24 de mayo. El célebre chofer de Antonio de la Maza, Luis Pedro Taveras Liz (Gumarra), lleva a Tunti en un Chevrolet negro al taller de Bissié. Vuelve a repetirse el operativo anterior: Tunti toma el volante y traslada en el Oldsmobile a Miguel Ángel con las armas. En el apartamento de Antonio de la Maza están reunidos sus hermanos Ernesto, Mario y Pirolo, así como Antonio García Vásquez, Alberto Rincón (cuñado de los de la Maza), Tunti y Bissié. Los sacos con las armas fueron subidos al apartamento de Antonio que deseaba probar las escopetas recortadas por Bissié y cuyos cartuchos fueron modificados y recargados por Manuel de Ovín Filpo, “quien aumentó su contenido de pólvora y sustituyó las municiones por bolas de acero de cojinetes”. Una escopeta, que era propiedad de Piro Estrella, se encasquilló, produciéndole una herida a Antonio en el pulgar izquierdo. De la Maza era zurdo y García Vásquez le sugirió que no usara esa escopeta y escogiese otra. Tunti sale en el Oldsmobile en busca de Huáscar Tejeda y Pedro Livio Cedeño, a quienes Antonio envía a casa de Juan Tomás, junto a García Vásquez, para que esperasen allí el aviso correspondiente. En la casa de Antonio se quedan sus hermanos Mario y Pirolo, Alberto Rincón y Bissié. Esta vez tampoco se pudo. Trujillo sufrió un acceso gripal y su médico le recomendó que no viajase de noche. Los más allegados a de la Maza por vínculos familiares y de vieja amistad, regresaron a su casa donde Antonio les ofreció una cena porque cumplía 48 años de vida.
La tercera tentativa -que, en verdad, fue la cuarta- ocurre al día siguiente, 25 de mayo. Nuevamente, Gumarra lleva a Tunti al taller de Bissié en busca de las armas. Repiten el mismo trayecto de las dos noches anteriores. Tunti sale en busca de Pedro Livio Cedeño, mientras que en casa de Juan Tomás se reúne Antonio con sus tres hermanos y los demás conjurados. Pronto se sabría que tampoco se iba a poder esta vez porque se enteraron que Trujillo había viajado a San Cristóbal en horas de la mañana. Anotemos que Tunti estaba feliz esa noche, porque manejaría el Chevrolet negro en la carretera, donde estuvieron esperando también en los lugares acordados Roberto Pastoriza con el Mercury de Salvador Estrella Sadhala, y Huáscar Tejeda y Pedro Livio en el Oldsmobile.
Cinco días después, la noche del 30 de mayo, fue la quinta y la vencida. Los conjurados se reunieron en la avenida, menos Tunti y García Vázquez que no fueron enterados por estar en Moca, y Ernesto de la Maza que se había llevado la escopeta recortada para ir de cacería a Gaspar Hernández. Nadie esperaba que sería esa la noche definitiva. Gracias a Miguel Ángel Báez Díaz, esta vez sí fue posible. Báez Díaz fue dos veces a la avenida. En la primera, avisó a los conjurados que, con toda seguridad, Trujillo viajaría esa noche. Y la segunda vez, acompañado de su hijo Miguelito, les comunicó que venía en camino porque estaba visitando a su hija Angelita, cuya residencia estaba donde hoy se encuentra el Teatro Nacional, una costumbre de Trujillo cuando iba en ruta hacia San Cristóbal. “El ingeniero de que te hablé va a ir esta noche a hablarte sobre la madera”. Esa era la contraseña que utilizaban Báez Díaz y Modesto Díaz para confirmar a Antonio de la Maza que “el hombre” viajaría a su Hacienda Fundación. La noche de autos iba a poner fin, en poco tiempo y para siempre, a la Era de Trujillo.
El único sobreviviente de la conjura es Miguel Ángel Bissié Romero, hoy con 90 años de edad. Tenía tan solo 27 años en 1961. Junto a Antonio García Vásquez merecen ser declarados Héroes Nacionales, distinción que se les ha negado, injustamente, a pesar de ser entes fundamentales de aquel heroico proceso. A Bissié se le otorgó la nacionalidad dominicana, luego del ajusticiamiento, y en octubre pasado, considerándosele miembro del llamado Grupo de Moca en la conjura, esta ciudad lo exaltó a su Templo de la Fama, donde pronunció un brillante discurso.