Informa el director de Migración que durante la presente administración han sido deportados 500,000 extranjeros, entiéndase, digo yo, haitianos en su grandísima mayoría. Tal y como confirma Venancio Alcántara Valdez, la porosidad de la frontera permite una inmigración ilegal que se eterniza en el tiempo.
Más que el número de deportaciones, interesa otro aspecto de las declaraciones. Es el referente a la dificultad que confronta Migración para cumplir con sus responsabilidades: muchos dominicanos ocultan a los haitianos sin estatus migratorio y los protegen de las camionas.
Cabe preguntarse el porqué de la negación del antihaitianismo si estos indocumentados protegidos “contaminan” nuestras costumbres, “pervierten” el idioma, ocupan los lechos que pertenecen a dominicanas parturientas e impactan negativamente los índices sanitarios y de educación. Esa mano de obra de baja calidad evita la quiebra de la construcción, incluso la pública. Sin ella, la recolección de importantes rubros agrícolas entraría en crisis. Muchos edificios citadinos perderían sus conserjes o guardianes. El servicio doméstico en hogares dominicanos, ya sea de blancos con el negro detrás de la oreja o de mulatos, iría a la baja. Difícil desentrañar el quid pro quo.
Habría otra razón más altruista: nuestra solidaridad proverbial. Dada la situación de violencia en Haití, la pobreza y el hambre allí reinantes, algunos o muchos dominicanos prefieren inobservar las leyes migratorias y proteger a esos infelices. Crecí, hace ya muchos años, oyendo a mis abuelos y bisabuela hablar de lo que hicieron ellos y muchos otros, retando la violencia trujillista, para proteger a haitianos del “corte” en 1937. Es el relato que hay que incorporar a la historia de las relaciones de los únicos dos estados en el mundo con la totalidad territorial en una misma isla, y contrarrestar así la campaña antidominicana en el exterior.