En 2024 vivimos en una época en la que se ha consolidado la globalización, síntoma verdaderamente definitorio de nuestro tiempo. Esto implica no solo una mayor conexión entre los individuos, o una homogeneización de la cultura, sino además una conquista de las categorías de espacio y tiempo.
Ahora podemos viajar a la otra punta del mundo en tan solo unas horas, adquirir cualquier producto muy rápidamente y, sobre todo, ver y hablar con personas que se encuentran lejos de nosotros de forma inmediata.
En este contexto la percepción subjetiva que cada uno tenemos del espacio y el tiempo queda del todo consolidada: gracias al avance tecnológico, hemos convertido en instantáneas muchas actividades que antes implicaban un periodo de tiempo inasumible.
Hasta no hace mucho, estas eran realidades que nos determinaban por completo. Ahora, sin embargo, parece que somos capaces de condicionarlas y dominarlas nosotros como individuos.
Como también en este 2024 se cumplen cien años del fallecimiento de Franz Kafka, podemos preguntarnos qué nos dice el escritor checo de todo este escenario.
Kafka en el tiempo y en el espacio
Comenta Borges de Kafka que la diferencia central con todos los demás escritores es que, con los otros, uno debe tener en cuenta las referencias temporales y espaciales en las que se enmarcan las narraciones.
Con Kafka, en cambio, no sería necesario porque escapa de esas categorías y se establece en una especie de limbo en el que éstas se suspenden. Para ello es necesario llevar al extremo la subjetividad que mencionábamos antes.
Por ejemplo, desde la perspectiva de K., el protagonista de El proceso, detenido por un delito que desconoce, no se percibe el paso de los días o las horas. Actúa como si viviera fuera del espacio y el tiempo mismos y pudiera postergar para siempre la defensa de su caso judicial.
Es así como su experiencia subjetiva queda suspendida. Ahí, según Borges, late el espíritu profético de Kafka, quien en sus cuentos y novelas no augura precisamente un buen final.
Los conceptos de transformación y construcción también son especialmente importantes en la obra del escritor, que además quedan explicitados al dar título a dos textos suyos muy relevantes: La transformación (a menudo traducido como La metamorfosis) y La construcción.
En La transformación un hombre se despierta un buen día convertido en un escarabajo gigante. Esto, tras una experiencia deshumanizadora, le conduce en poco tiempo a su aniquilamiento.
Mientras tanto, en La construcción, el protagonista habita una madriguera obsesionado con la posibilidad de que en algún momento esta se venga abajo o sea atacada.
Querer controlar al máximo las condiciones de su entorno y su realidad para poder evitarlo lo conducen a un estado de ansiedad y paranoia. La guarida en la que vive se convierte en una trampa, donde el colapso es inminente.
Esta contradicción se observa bien cuando describe su madriguera y dice que es “un agujero destinado a la salvación de mi vida” para a continuación afirmar “sé que mi tiempo está contado”.
El colapso
Precisamente otra de las ideas más definitorias del siglo XXI es la de colapso. El colapso lleva un paso más allá la idea de crisis, algo cíclico de lo que además cabe recuperarse. No es así el caso del colapso, que implica la imposibilidad de seguir habitando el espacio y el tiempo mismos.
La idea de colapso en nuestro siglo surge justamente como consecuencia de llevar al extremo la transformación y el control de la realidad que habitamos.
Esta deriva se fue gestando durante los siglos XIX y XX, con los avances tecnológicos que se desarrollaron a partir de la Revolución Industrial.
Martin Heidegger, filósofo alemán cercano al nazismo cuyas raíces también se han rastreado a menudo en la obra de Kafka, comentaba en La pregunta por la técnica que el desarrollo tecnológico había invertido las relaciones entre lo natural y lo artificial.
Las tecnologías nos condenarían al colapso desde el momento en el que pasamos de construirlas y controlarlas a que fuesen ellas quienes nos controlasen a nosotros, perdiendo así la capacidad de calibrar las consecuencias de su desarrollo.
“Ya no vemos una central eléctrica instalada en el curso de un río, sino que vemos que un río pasa por una central eléctrica”, dice Heidegger en ese texto.
Lo que en un principio creamos para facilitar nuestras condiciones de vida pasa después a complicarlas.
Dominación y rebelión
Ese mismo movimiento de inversión se aprecia muy bien en Kafka.
Querer dominar hasta tal punto el tiempo y el espacio que habitamos hace que esas dimensiones se nos rebelen, como avisándonos de que acelerarlas hasta el extremo no nos conviene en absoluto.
Igual que no le conviene a K. actuar como si el tiempo se hubiera detenido en El proceso, o como si él pudiera desarrollar su vida a un ritmo diferente al del paisaje burocrático en el que habita.
La idea de colapso tan extendida en nuestro incipiente siglo XXI proviene entonces no de la creencia en una amenaza externa u objetivable sino más bien al revés. Sería la consecuencia de haber transformado nosotros mismos el mundo, a través de la tecnología, hasta niveles que ahora se nos presentarían como amenazantes.
El agotamiento de recursos fósiles (al que Antonio Turiel se ha referido como “petrocalipsis”) o la escalada de conflictos bélicos entre grandes potencias (con el consecuente imaginario de destrucción total) serían ejemplos de la amenaza de la que se alimenta la ideología del colapso.
En La construcción de Kafka la amenaza ubicua que desasosiega al personaje acaba por manifestarse como una voz cuya procedencia no puede se puede atisbar. En realidad –se descubre– proviene de su interior.
Esa es la analogía que puede establecerse con nuestro presente. Kafka supo ver no solo el advenimiento del nazismo, sino el de la cosmovisión que iba a empezar a propagarse, cuya idea de fondo consiste en que la mayor amenaza que tiene ahora el ser humano es él mismo.