Nunca una persona que alcanzó la presidencia de los Estados Unidos debió defenderse frente tribunales penales. Sin embargo, a Donald Trump, el número cuarenta y cinco en ocupar esa posición, un jurado de doce personas acaba de declararlo culpable de treinta y cuatro cargos que le fueron imputados en una corte del estado de Nueva York, tras determinar que incurrió en falsificación de facturas, cheques y registros contables para comprar el silencio de una actriz porno, e impedir la revelación de un encuentro sexual que habrían mantenido cerca de una década atrás.
Este es el caso menos transcendente de los que enfrenta el expresidente; pendientes quedan uno sobre su posible participación como instigador de la insurrección del seis de enero en el Capitolio, otro sobre la presunta intención de alterar los resultados electorales en el estado de Georgia y un tercero en la Florida, por la supuesta retención de documentos clasificados en su residencia en Mar-a-Lago. Sin embargo, fue el primero en ser procesado, y parece que también el único que será conocido antes de las elecciones de noviembre.
Todas las intrigas, vilezas y artimañas narradas por testigos y presentadas por fiscales, se corresponden con las que utilizan los poderosos para salirse con las suyas y encajan perfectamente con el perfil mafioso y matón que exhibe Trump. Y, aun así, todo en esta causa penal, desde la imputación hasta el veredicto del jurado, muestran una evidente instrumentalización del sistema de justicia en procura de afectar a un adversario político.
Ese lawfare tan dañino para las democracias y que tan bien conocemos en este lado del mundo. Y es la razón fundamental por la cual todas las mediciones indican que este fallo tendrá poco o ningún efecto en la decisión de los electores.
Los demócratas no terminan de entender que los conservadores no favorecen a Trump por sus valores y visión del mundo, o por sus posiciones en política doméstica o internacional. De la misma forma que los cristianos tampoco lo apoyan por su profunda fe o su conducta personal y familiar. Lo hacen porque representa la oferta que se contrapone y contiene la agenda liberal extrema que impulsa ese wokismo progre que tiene secuestrado al Partido Demócrata, y que condiciona sus políticas tanto dentro como fuera de sus fronteras.
Y para los jóvenes, hombres y mujeres de esa América profunda olvidada y empobrecida, en todo caso esto lo revalida, pues ahora también se presenta como una víctima de las mismas élites de las que esas capas demográficas abominan.
Trump lo dijo en el dieciséis, que podía disparar a alguien en medio de la Quinta Avenida y no alteraría sus niveles de apoyo. Y así fue. En nada le afectó, por ejemplo, la revelación de un audio que hubiera fulminado cualquier otra aspiración.
Lo mismo parece que sucederá con este proceso penal. Desde ya se observa como los republicanos se unifican a su alrededor, aumentan sus recaudaciones y fortalece su posición en las encuestas.
Y es que paradójicamente este veredicto parece acercar a Trump aún más a la Casa Blanca, y abre la posibilidad de que un criminal convicto siente sus reales en el Oficina Oval.