Ernest Hemingway cuenta que Gertrude Stein en una de sus conversaciones parisinas después del armisticio de noviembre de 1918, fue quien le señaló que tanto él como Faulkner y Fitzgerald formaban parte de una “generación perdida”. El autor de Por quién doblan las campanas desarrolló esa reflexión en Fiesta (1926), su primera novela.
Gertrude Stein era una suerte de maître à penser de esa pléyade de escritores americanos residentes en París entre las dos guerras mundiales. La denominación de Stein tuvo éxito y a Faulkner, Hemingway y los demás se les conoce hoy como los novelistas de la “generación perdida”.
Desde los albores del siglo XX, poco antes de 1918, República Dominicana fue objeto de la primera intervención militar norteamericana. Ese atropello a la soberanía dominicana venía a despertar aquella doctrina del “destino manifiesto”, una suerte de Pax americana en perfecta armonía con la antigua Pax romana: “Nuestra Nación [Estados Unidos]”, recordaba el destino manifiesto, “es una Roma más grande y noble colocada por Dios para ser árbitro no sólo de los destinos de toda América, sino incluso de Asia y Europa… Nuestro destino manifiesto como contralor de los destinos de toda América es un hecho inevitable y lógico, hasta el punto de que sólo falta discutir los medios a emplear para establecer este control.”
Durante los 8 años que República Dominicana estuvo ocupada. Los interventores lograron “pacificar” la ingobernable república cuando en 1924, al cabo del gobierno provisional y la elección del presidente Horacio Vásquez, se marcharon. Organizaron la Policía y el Ejército. El brigadier Trujillo, formado por los americanos, se alzaría con el poder en 1930 imponiendo una dictadura de corte totalitario que se mantendría hasta su muerte en 1961. Fueron 31 años de aislamiento con un respiro gracias a la llegada de los republicanos españoles y cierta apertura durante la Segunda Guerra mundial. La generación de dominicanos, nacida en los inicios de la ocupación militar americana, también sería, como Gertrude Stein le había señalado a Hemingway, una “generación perdida”.
Quien mejor comprendió el anquilosamiento de las ideas en República Dominicana durante la dictadura de Trujillo fue Juan Bosch a su llegada a Santo Domingo en octubre de 1961; se dio cuenta de que, tras 24 años de ausencia, el país no había cambiado y los que habían permanecido aquí no tenían experiencia política. Bosch, un “desconocido” obtuvo sin embargo 59 % de los sufragios en las elecciones de 1962.
En el dominio literario el poeta y crítico Ramón Francisco también se dio cuenta, como Bosch, del atraso cultural de República Dominicana y cuando el gobierno de Bosch comenzaba a tomar la velocidad de crucero, un irresponsable grupo cívico-militar derrocó el gobierno que representaba una nueva generación que no había podido manifestarse libremente durante más de 30 años. El golpe de Estado de septiembre de 1963 es una muestra de que República Dominicana no había experimentado el cambio que se suponía vendría después del ajusticiamiento de Trujillo.
Ese cambio vendría durante la primavera -otoño de 1965, pero ese cambio sería interrumpido por una segunda intervención de Estados Unidos y una supuesta Fuerza interamericana de Paz avalada por La Organización de Estados Americanos (OEA).
Con la victoria de Balaguer en 1966 la Pax americana desvió el rumbo dominicano y se perdió otra generación. La elección de Leonel Fernández en junio de 1996 dio acceso a la nueva generación que hoy dirige República Dominicana.