A pesar del decisivo triunfo electoral del Partido Revolucionario Moderno (PRM), la atmósfera no resuena con el mismo júbilo que en el año 2020, marcado por la pandemia. Si bien los colores azul y blanco dominaron el mapa municipal y congresual en febrero y mayo, un regusto amargo acompaña la celebración con champaña del contundente éxito electoral. Esto se debe, en parte, a que estas elecciones han sido posiblemente las más costosas en términos de inversión electoral hasta la fecha.
El escenario electoral no presentó una verdadera competencia, con la excepción de la lucha por la senaduría del Distrito Nacional. Aunque los partidos de la oposición recibieron suficientes recursos económicos para funcionar cómodamente hacia el final de la campaña, la mayoría de los fondos recaudados a través de actividades extraordinarias con empresarios beneficiaron al partido en el gobierno.
Muchos dirigentes del PRM, tanto a nivel provincial como nacional, señalan que en 2020 se logró una victoria en la primera vuelta con menos de un tercio del gasto de estas elecciones, a pesar de enfrentar una mayor competencia. En contraste, el PLD no puede decir lo mismo. Todavía recordamos la enorme cantidad de recursos económicos y sugestión desplegados desde el gobierno del PLD en 2020, que no lograron evitar la victoria de un candidato de un partido recién formado.
Si consideramos el aumento de expectativas y una posible reorganización de la oposición en torno a un nuevo escenario político, surge la pregunta: ¿cuánto costará mantener el poder en 2028 si cada contienda electoral se vuelve más costosa y menos fiable?
La evidencia reciente sugiere que para una tercera reelección partidaria se requerirán aún más recursos, algo que Leonel Fernández o Danilo Medina podrían confirmar dado que en su tiempo también aumentaron el déficit fiscal significativamente.
Es necesario reconocer que el presidente Luis Abinader ha contribuido positivamente a cambiar el perfil de las campañas políticas. Este año, que muchos consideraron “aburrido”, vio una notable reducción en mítines, caravanas, concentraciones y marchas en comparación con años anteriores. Abinader limitó su participación a actividades de fin de semana y, lo más destacado, aceptó debatir con candidatos que estaban muy por debajo de él en las encuestas, un precedente que esperamos se mantenga en futuras elecciones.
Por lo tanto, no sería iluso pensar que el presidente Abinader podría ser quien también dé el ejemplo deteniendo el “cuchillo que se acerca a la garganta”. Internamente, en el PRM se ha desatado una carrera prematura, con cerca de una docena de “presidenciables” posicionando a “sus” legisladores con miras a fortalecer sus estructuras para 2028.
Esto ha resultado en la pérdida de una gran oportunidad de ganar de manera humilde y eficaz con menos o más racionales recursos, evitando así emular el modelo fracasado de un partido que acostumbraba a su militancia a depender de la “logística” electoral y del presupuesto nacional para retener el poder. El PRM ha demostrado que no existe una relación directa entre el nivel de gasto y el éxito electoral.
Hay un cambio necesario. Pero siempre está la tentación de no implementarlo, porque el poder proporciona ventajas. No se desean controles internos, topes ni leyes de responsabilidad fiscal. Abinader ha hablado de su legado y de reformas; esta es una de ellas. Con la mayoría calificada, tiene el impulso para realizarlo. Sin un verdadero cambio de estrategia, se estaría afilando el cuchillo no para la oposición, sino para sus propias gargantas.