Estudiantes de algunas de las instituciones educativas más prestigiosas de los Estados Unidos se manifiestan a favor de Gaza y Palestina y en contra de Israel. Sin reparar cómo afectan la cotidianidad universitaria, han asaltado edificios, irrumpido en charlas y reuniones, obstruido puentes y carreteras, montado campamentos y vandalizado edificios y plazas. Llevan kufiyas, izan banderas palestinas donde ondeaban estadounidenses y vociferan consignas que llaman a la desaparición del pueblo judío.
Poco importa que Israel sea la única democracia liberal en todo Oriente Medio, y el único país de la región donde se respetan plenamente los derechos de las personas sin importar género o preferencia sexual. Pero estos niñatos vitorean a Hamas, que les impediría protestar en sus territorios, y cuyos líderes incluso les pondrían a pagar con sus vidas sus estilos de vida.
Resulta también paradójico que estos jóvenes, que se suponen la crema y nata del sistema universitario estadounidense, evidencien absoluto desconocimiento del contexto histórico detrás del conflicto. Apoyan a Hamas, un grupo terrorista surgido como oposición radical a los acuerdos de Oslo, en los que la Organización para la Liberación de Palestina e Israel fijaban una ruta para la paz con el establecimiento del estado palestino.
Pero estos extremistas boicotean la paz, porque para ellos Israel no puede existir, debe ser destruido. A diferencia de los israelitas, que no procuran la desaparición del pueblo palestino. Pero para estos ignorantes, los genocidas son las fuerzas de seguridad israelitas y Netanyahu.
Si bien la desproporcionada respuesta israelí a la agresión terrorista de octubre siete ha provocado la muerte de decenas de miles de civiles inocentes, lamentablemente es parte de los execrables resultados de las guerras. Pero la actual conflagración, como todas las que anteriormente ha debido librar contra sus vecinos, no fue provocada ni iniciada por Israel. Independientemente de que a su reaccionario primer ministro esta le viniera como anillo al dedo para aparcar una crisis política interna que amenazaba su cargo.
Además, y sin ninguna intención de atenuar la terrible tragedia en Gaza, no existe ninguna razón fáctica para que estos estudiantes asuman la causa palestina en lugar de, por ejemplo, rechazar la agresión rusa a Ucrania o apoyar a las mujeres iraníes ante el régimen de terror y violaciones de derechos que padecen.
Tal vez el motivo de su activismo selectivo se localiza en las tendencias de sus redes. Como la vacuidad de su lógica se engendra en lo extraviada que se encuentra la educación superior estadounidense.
Mientras los estudiantes de otros grandes países se preparan en áreas relativas a las ciencias y tecnologías, demasiadas universidades estadounidenses ocupan excesivo tiempo y espacio en estudios e investigaciones sobre género, raza, revisionismo histórico y toda suerte de frivolidades. Desbordadas por docentes y estudiantes “progresistas”, que imponen la maniquea dialéctica de orientación marxista: la reducción de los conflictos humanos a la perspectiva que ofrece la relación entre opresores y oprimidos.
Definitivamente, en las aulas de sus universidades de élite, los americanos tienen un problema.