Alguna vez, una osada muchachita me espetó, sin mediar razón alguna, que odiaba los libros cuyos textos han aparecido primero en periódicos. Hojeaba el libro reciente de un admirado periodista que había echado carrera y fama con sus artículos de prensa, dotados por documentación fiable, de las múltiples fuentes que lo abastecían, y rematados por una pluma de escritura ágil que convertían sus textos en lectura obligada.
Ignoraba la jovencita, que daba muestra de ser entonces escritora en ciernes, que muchas obras de la literatura universal y dominicana han nacido primero en diarios y revistas, y que, además, muchos buenos columnistas y editorialistas bien merecen que sus textos periodísticos sean compilados y publicados en libro. Es la única manera fácil que tienen los lectores, y en especial los investigadores, de dar con uno que otro artículo de interés específico, escrito por esos comunicadores veteranos.
Marcel Proust, obseso irremediable, se enterró -literalmente- entre cuatro paredes que revistió de un material que le impedía escuchar los ruidos exteriores, para escribir “En busca del tiempo perdido”, que, en principio, dio a conocer algunos de sus primeros capítulos, sin que produjeran la atención que él esperaba, en un diario parisiense. El suyo fue un caso especial, porque era imposible entender los argumentos de su enorme obra sin que se conociera en su totalidad. Después de catorce años terminó el libro, que dividió en siete partes -me gustaría decir, en siete volúmenes- que fueron publicándose cinco años después de haberlo iniciado, en 1913 (“Por el camino de Swann”), el segundo, en 1919 (“A la sombra de las muchachas en flor”), el tercero entre 1921 y 1922 (“El mundo de Guermantes I y II” y “Sodoma y Gomorrra I y II”), y los tres últimos, de forma póstuma, entre 1925 y 1927 (“La prisionera”, “La fugitiva” y “El tiempo recobrado”). Casi se podría decir que esta novela extraordinaria le costó la vida a Proust, quien sólo alcanzó a ver publicadas a siete de las nueve partes de su gran obra. Anotemos que las ediciones de esta novela varían en cuanto a la cantidad de volúmenes. Poseo la de Círculo de Lectores, que tiene siete, de las cuales, la penúltima parte se tituló “Albertina desaparecida”, a más de que la traducción inserta también variaciones en los títulos de cada una.
García Márquez publicó sus primeras historias en diarios colombianos; el escritor argentino Roberto Arlt creó su fama de escritor gracias a los periódicos donde dio a conocer sus crónicas y ensayos; Cesare Pavese escribía en diarios y revistas, y en ellos publicó algunos de sus textos; Mariano José de Larra fue un escritor de periódicos y allí nacieron sus libros; Larra escribió cientos de artículos en la prensa de su época y esos textos se convirtieron en libros de ensayos que figuran entre los mejores del género. Lo mismo pasó con Octavio Paz, sobre todo desde su siempre recordada revista “Vuelta”; antes que Paz, otro escritor mexicano, Agustín Yáñez, autor de “La tierra pródiga”; Mariano Azuela, autor de “Los de abajo”; Antonio Gala, Javier Marías, Rosa Montero, Héctor Abad Faciolince, Sergio Ramírez. Son muchos los escritores notables que pasaron sus escritos por la prensa, antes y después de que sus nombres se alzaran con premios y famas.
Igual ocurre en la literatura dominicana. El ejercicio periodístico, desde la columna de opinión o desde los suplementos literarios, y antes de las revistas literarias, fue el venero de donde brotaron no pocas vocaciones por las letras. Varios de los libros de Juan Bosch se dieron a conocer antes en revistas y periódicos chilenos, cubanos y puertorriqueños. “Judas Iscariote, el calumniado” fue un grupo de artículos que Bosch publicó en una revista cubana. Otros libros suyos fueron textos de conferencias, como “Mujeres en la vida de Hostos”, que leyó en un centro cultural de Santurce, en 1937; y “Breve historia de los pueblos árabes” libro que reúne cuatro conferencias que dictara en agosto de 1975 en el salón de actos del colegio Don Bosco, a pedido de un grupo de descendientes árabes, entre los que se encontraban Rafael Kasse Acta, Luis González Canahuate, Jorge Yeara Nasser, Yamil Michelén y Salomóm Morún. Los cuentos de Bosch ya eran conocidos por los lectores de revistas habaneras, donde fueron publicados antes de convertirse en libros.
En décadas recientes, textos de Marcio Veloz Maggiolo, Carlos Esteban Deive, Enriquillo Sánchez, Manuel Rueda, Pedro Peix, Juan José Ayuso, Andrés L. Mateo, entre otros, nacieron primero en diarios dominicanos antes de que se ampliaran y convirtieran en libro. Lo hicieron Pedro, Max y Camila Henríquez Ureña, tanto aquí como en Cuba y otros países; Sócrates Nolasco publicó en el diario La Información, de Santiago, sus cuentos cimarrones, antes de llegar a ser un libro clásico de nuestra literatura. En fin, las letras dominicanas han tenido en la prensa cotidiana, en tiempos pasados y hoy, una fuente básica para hacer crecer y ampliar la literatura criolla. Es un fenómeno universal de siempre. El periodismo como vehículo para que surja la literatura en las páginas de los diarios antes de hacer el gran salto al libro. Hoy día, ha ido imponiéndose la crónica como un género que antes no era destacado. García Márquez quizás haya sido el primero en convertir sus crónicas en joyas literarias. Toda su gran obra periodística, propiamente, es crónica, como lo son sus libros “Cuando era feliz e indocumentado”, “Relato de un náufrago”, “Noticia de un secuestro”, “El negro que hizo esperar a los ángeles”, “La aventura de Miguel Littín clandestino en Chile”, “El escándalo del siglo” y “De viaje por Europa del Este”, este último al que he calificado hace años ya de haber sido el libro donde se sembraron las coordenadas del garciamarquismo.
Si me preguntasen dónde se construye en estos días que corren la mejor escritura literaria dominicana, me atrevería a afirmar que en los diarios, los físicos y los digitales. Y, en ocasiones, hasta en blogs y en textos que circulan por las redes. ¡Bendito sea, que no sólo circo y bullanga hay en estas! Y destaco algunos nombres: José Luis Taveras, de prosa exquisita, tratamiento temático ensamblado con fuerza crítica, sensibilidad y manejo pulido del lenguaje; Aníbal de Castro, quien podría haber sido uno de nuestros mejores escritores, pero el periodismo puro lo absorbió. En general, toda su escritura, hasta que la cotidianidad editorial le impone temas, es un dechado de don literario y acopio de la lengua en el mayor nivel, pero suelo resaltar sus crónicas de viajes, un género poco asumido en nuestra literatura. Pedro Delgado Malagón es uno de mis escritores dominicanos favoritos, no importa que haya publicado solo un par de libros. No me pierdo una sola de sus páginas en El Caribe, porque no es frecuente encontrar tanta sabiduría y conocimiento cultural, variado y rico, en la escritura dominicana, con tan refinado lenguaje. Margarita Cordero es una pluma siempre diestra, con un manejo de la prosodia poco común, excelente propiedad del lenguaje y espíritu crítico manejado con hábiles maneras en la columna periodística nacional. Desde otro ángulo, con certeza expresiva, precisión en el desarrollo temático y prosa ajustada al objetivo de su discurso, destaco a Miguel Franjul. Desde la crónica histórica y citadina, nadie maneja mejor ese lenguaje de datos y detalles, engarzado con propiedad en un lenguaje donde la metáfora se diluye con aciertos constantes en su letra, como José del Castillo Pichardo, casi un plato aparte. Y en artículos breves que llegan por el correo, Miguel D. Mena posee agallas temáticas y lingüísticas, con un manejo gozoso del sarcasmo, que se disfrutan. Sólo menciono algunos de los que creo entre los mejores escritores de hoy que, desde la prensa, construyen literatura, aunque no terminen por recoger en libro sus dones. Me aparto de los ejercitantes literarios conocidos, algunos de prosa pesada, escurridiza y fría, otros plagados de diletantismo y oscuridad semántica.
La literatura universal tal vez, y sin tal vez, nació en diarios y revistas, antes de insertarse en la bibliografía activa. Hoy, sigue siendo igual. Esto no quiere decir que los que ejercen como escritores formales, desde libros agudos y bien escritos, no ocupen lugares prominentes en la historia literaria dominicana. Pero, a los mencionados los cubre la tradición de una literatura que se forjó, y sigue creciendo, en la prensa y que continúa siendo ejemplo para todos los que andamos a diario en la brega de la escritura, aprendiendo de estos iconos periodísticos, con antecedentes regios de la talla de César Nicolás Penson, Ramón Emilio Jiménez, Pedro René Contín Aybar, Rafael Herrera, German Ornes, Freddy Gatón Arce, Robles Toledano, María Ugarte, Francisco Comarazamy, M. M. Pouerié Cordero, Juan Manuel García, Ramón Lacay Polanco, José Labourt, Santiago Estrella Veloz, Víctor Grimaldi, Diógenes Céspedes, George Lockward, Orlando Gil, Bienvenido Álvarez Vega, Ángela Peña, entre otros tantos de igual nivel y obra.
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MENESTERES Y OTRAS URGENCIAS
Pedro Delgado Malagón, Editora Centenario, 1998, 283 págs. Un breviario de textos que subyugan por la belleza del estilo y lenguaje de imperturbable lucidez. Prologado por Marcio Veloz Maggiolo.
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NOSOTRAS, LAS DE ENTONCES
Margarita Cordero, Editorial Santuario, 2019, 143 págs. Una de las mejores novelas publicadas en los últimos años. Con el telón de fondo de la guerra de Abril, la autora regresa a un pasado en entredicho.
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A DECIR COSAS
Aníbal de Castro, Ediciones Ferilibro, 2010, 300 págs. Reunión de las columnas del autor, una de las plumas periodísticas, con especial armamento literario, de mayor relieve en República Dominicana.
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EL PODER DE LA PALABRA
Miguel Franjul, IDAC, 2015, 148 Págs. Editorialista y cronista de importantes aconteceres de la historia dominicana. “Comunicador intenso, abierto, profundo y generoso” lo llama el eminente politólogo Leonte Brea.
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POR LA LIBRE
Gabriel García Márquez, Editorial Sudamericana, 2000, 336 págs. Las columnas periodísticas del fenecido premio Nobel colombiano, desde el golpe a Allende y el Che en el Congo, hasta la revolución sandinista y la visita del Gabo al Papa.