El mundo vive un período de tensiones en su trayecto hacia un nuevo orden todavía desconocido. Los efectos se muestran de distintas formas: guerras regionales que amenazan con generalizarse (Rusia vs. Ucrania; Irán vs. Israel). Conflictos entre grupos fanatizados y estados. Anomalías en las redes de suministros. Vaivenes en los mercados de bienes y de valores. Flujos migratorios masivos e irregulares. Disonancia climática.
El telón de fondo es el desbalance que separa a los poquísimos que tienen mucho de quienes no poseen nada, que son casi todos.
Es ley no escrita que acaecerá un nuevo orden. No se sabe cómo ni cuándo. La transformación ocurre minuto a minuto sin que la asimilemos en su globalidad. Hay que estar preparados para salir fortalecidos del proceso.
En su libro titulado Orden Mundial, Henry Kissinger dice: “Hace mucho tiempo, en mi juventud, yo tenía el descaro de creerme capaz de pronunciarme sobre el sentido de la historia. Ahora sé que el sentido de la historia es algo que debemos descubrir, no proclamar. Es una pregunta que debemos intentar responder lo mejor que podamos reconociendo que permanecerá abierta al debate, que cada generación será juzgada por cómo se enfrentó a los temas más grandes y significativos de la condición humana, y que los estadistas deben tomar la decisión de afrontar estos desafíos antes de que sea posible saber cuál será el resultado”.
Países como el nuestro están atrapados en la telaraña de las relaciones de poder: las confrontaciones mundiales nos afectan, participemos o no de ellas.
En nuestra pequeña parcela territorial se acaba de atravesar por un período de alto riesgo (la pandemia), en el que se diluyó su impacto, preservó la paz social, mantuvo el dinamismo relativo del devenir económico, pero con la persistente acumulación de pasivos, algunos muy antiguos, que ameritan ser redimidos.
El período 2020-2024 lo fue de transición hacia el cambio estructural, dados los condicionantes mundiales que afectaron a la sociedad. Mientras que los años del 2024 a 2028 deben ser los de las grandes realizaciones que pongan al derecho todo lo que lleva ya mucho tiempo torcido.
Ahora toca afrontar los temas gruesos que atormentan a la sociedad. Aquellos líderes que atesoran fibras de estadistas deben, en correspondencia, tomar la decisión de plantar cara a los desafíos o renunciar a considerarse como tales.
Estamos en las semanas decisivas del proceso electoral para elegir las autoridades nacionales. Hay temas que la sociedad debe poner sobre el tapete para dejarlos resueltos de una vez por todas. Entre ellos citamos los que siguen.
Instituir a la fuerza la asunción generalizada de consecuencias como aval del principio de igualdad ante la ley, de cumplimiento obligatorio e inmediato hasta en lo más sencillo como tirar basura a la calle, hacer ruido, circular a velocidad inadecuada o fuera del carril que corresponda, hasta lo más complejo.
Esta es la clave para que la sociedad deje de actuar como los chivos sin ley, y, a la vez, la llave para ingresar al cuadro de naciones disciplinadas, base del progreso cualitativo y cuantitativo.
Reestructurar el sector público. Simplificar la organización territorial y de representación. Y hacer que cada instancia pública cumpla con los deberes para los cuales fue investida.
Flexibilizar el mercado laboral para mejorar la calidad del empleo y la protección social, al tiempo de que se taponan los agujeros por los que se cuela la inmigración irregular y de paso se fortalece la nacionalidad.
Establecer la cobertura total de la salud, paralelo al incremento en la calidad del servicio.
Remover los obstáculos que frenan el proceso de aprendizaje en el sistema educativo.
Dotar al sector eléctrico de organismos de regulación fuertes, de empresas de generación competitivas y de distribución eficientes. Eliminar las pérdidas del Estado (no reducirlas). El objetivo debe ser la suficiencia, estabilidad y calidad del suministro de electricidad.
Eliminar el déficit fiscal por vía de la recomposición del sector eléctrico, la reducción del gasto tributario y el ajuste del gasto corriente en pro de mayor racionalidad, teniendo como meta obtener mayores porcentajes de ahorro e inversión. Cancelar la deuda cuasi fiscal por medio de aportes públicos que reviertan la acumulación de pasivos.
Fortalecer los enlaces industriales y con el sector agropecuario, ligado al impulso a las exportaciones. Modernizar la agropecuaria e introducir mejoras sustanciales en la infraestructura del campo y programas especiales de apoyo a la producción.
Acometer tales desafíos es lo mínimo a lo que el pueblo dominicano debe aspirar para poder dar un salto cualitativo.
Es ley no escrita que acaecerá un nuevo orden. No se sabe cómo ni cuándo. La transformación ocurre minuto a minuto sin que la asimilemos en su globalidad. Hay que estar preparados para salir fortalecidos del proceso.