En prácticamente todas las disciplinas deportivas existe una regla no escrita que indica que cuando el juego está de un sólo lado, al acercarse el final, el equipo que lleva la delantera evita celebraciones excesivas o gestos de burlas hacia el contrario. Es una forma de respeto a compañeros de profesión, que en adición procura evitar agresiones por parte de los derrotados.
En política las cosas operan de manera similar. Si unos comicios están ampliamente inclinados a favor de una de las partes, quienes aparecen gananciosos deben administrar el proceso de forma tal que los vencidos tengan razones para mantener un mínimo de civismo político, tanto durante el proceso como después que los votos ratifiquen los resultados esperados.
Luis Abinader acude a estas elecciones con una ventaja nunca vista en la democracia dominicana. Proyecta reelegirse con un porcentaje de votación histórico, y su partido obtener una mayoría congresual sin precedentes. Por tanto, en estos días finales de la campaña lo que debería ocupar el pensamiento estratégico del presidente es cómo administrar esa previsible victoria. Enfocarse en la gobernabilidad durante el próximo cuatrienio, y a establecer las bases que le permitan alcanzar consensos para abordar las difíciles, pero inminentes reformas que tendrán que comenzar a discutirse prácticamente desde que concluya el escrutinio el próximo diecinueve de mayo.
Las reformas tributaria, laboral y de seguridad social, así como el abordaje del déficit eléctrico, están llamadas a formar parte de una misma discusión sobre el país que queremos para las próximas décadas.
Y si los votos le otorgan a Abinader el capital político que proyectan las encuestas, será su responsabilidad encabezar ese proceso, para lo cual deberá procurar la mayor y más diversa concurrencia de voluntades de los principales actores económicos y políticos de la sociedad dominicana.
Es evidente que la oposición no cargará siquiera con una parte del costo político de ese proceso. Ni tiene por qué hacerlo. Pero el oficialismo debería tratar que lo que queda de este proceso electoral, se desenvuelva dentro de un ambiente que propicie las condiciones para que al menos acepten participar en un eventual diálogo, así sea desde una perspectiva crítica. Eso también forma parte del juego de la democracia.
A quienes van a ganar convendría “dormir el balón” mientras transcurren los veinte y tantos días que le quedan a este juego. Bajar la intensidad a esa ofensiva agresiva que procura ya no ganar, sino humillar.
No es necesario ganar con más de setenta por ciento ni alzarse con las 32 senadurías. Y menos seguir sumando tránsfugas oportunistas. Conviene “dejar algo” al contrario. Liberar oxígeno para que respire.
No sólo por la aludida gobernabilidad, también porque una oposición presente en los escenarios del debate político es imprescindible para la salud de la democracia.
Pero, además, para la propia convivencia interna del partido de gobierno. Ya que cuando en frente no se encuentra a quien combatir, se busca con quien pelear dentro.
Fue precisamente lo que pasó en el PLD. Y los resultados están a la vista.