El que a los 80 años te llamen para trabajar en una película es un regalo del cielo.
Mi vida en el cine comenzó a los 72 años cuando caminando por un centro comercial un director de cine (Pinky Pintor) me interceptó para decirme que había escrito una película para mí. Como estoy acostumbrado a los locos, mis personajes favoritos y más queridos, pensé este era otro soñador que me ofrecía su sueño.
Le pedí me lo enviara a mi correo y poco después estaba metido en una de las más bellas aventuras de mi vida, la película «Mañana no te olvides», donde hago de un anciano con Alzheimer y la relación con su nieto con síndrome de Down (Guillermo Finke).
Una película siguió detrás de otra y, cuando vine a ver, en estos 8 años de vida artística he participado en 15 películas con roles que van desde poner voz a un documental a rol principal.
No salgo de mi asombro y lo cuento no para recibir elogios, sino para motivar a todas aquellas personas que se autodeclaran ancianas y deciden no servir para nada.
El mundo se acaba cuando tú decides que se acabe, hasta el ultimo suspiro somos capaces de hacer algo productivo aunque tus ultimas palabras sean bendecir aquellos que te acompañan en la despedida.
Soy un profesional del positivismo lo aprendí desde niño, el mundo me parece más hermoso cuando lo veo desde mi mirada de optimismo, de esperanza.
Muy difícil que me declare vencido y he tenido muchas oportunidades de hacerlo, pero siempre pienso que el siguiente día puede darme la oportunidad de descubrir, en mi caso que me gustan tanto las novedades, un nuevo universo.
Hoy me encuentro en mi camerino escribiendo estas notas. Soy parte de un extraordinario elenco compuesto por actores nacionales e internacionales: “La novia del Atlántico”, película que dirige y en la que actúa Celinés Toribio.
125 personas se mueven alrededor, casi todas mujeres, una sesión de maquillaje en manos de una joven que cada vez que pone la mano en mi rostro me llena de paz e ilusión, luego paso a vestuario, luego me alambran, que es como se dice cuando te ponen el micrófono dentro del cuerpo, y esperas el llamado de acción.
La vida debe de ser un juego, aquellos que se la toman muy en serio sufren mucho, doy gracias al creador por haber sembrado en mí esa semilla de pasajero en tránsito, de saber que este mundo no es más que un aprendizaje, que todo lo que tenemos es prestado y que la verdadera vida comienza cuando abandone este cuerpo cansado o estropeado de vivir para disfrutar de la eternidad.
Juego con seriedad, pero juego. No tengo miedo a perder y ya eso me hace vencedor porque aunque pierda, entre comillas, habré ganado experiencia existencial que es valiosísima.
El cine, entre otras cosas, es paciencia y concentración y deseos de hacerlo bien. Ahora me toca a mí, siento el llamado, me conducen al set, una casa modesta donde vivo solo.
Hoy soy Virgilio, viudo, un sencillo hombre de pueblo que repara y alquila bicicletas a los turistas y que ve la vida pasar, una única hija casada viviendo en Nueva York que lo visita de repente…
Les confieso, esto me hace muy feliz y me divierto. Hoy no sé cuántas veces repetiré la misma escena, aprendo cada vez, celebro, vivo… ¡ACCIÓN!