Durante la Primera República (1844-1861) no hubo tiempo para desarrollar las instituciones políticas. El colectivo tuvo que concentrar casi todas sus energías en la defensa del territorio nacional mientras la guerra dominico-haitiana, que duró casi 17 años, afectó sensiblemente el sistema productivo y trastornó el modo de vida de la población. No fue posible entonces concertar la paz y como la soberanía nacional se mantuvo bajo amenaza permanente, los conservadores al frente del Estado concluyeron erradamente en que solo un protectorado extranjero garantizaba la salvación de la patria.
Al cabo de cierto tiempo sobrevino la Anexión a España (1861-1865), que fue un acto inconsulto y una estocada casi mortal en el centro mismo del corazón de la Patria. Sin embargo, después de la guerra de la restauración, la élite intelectual criolla retomó el proyecto liberal duartiano, centrando su atención en la definición de la identidad nacional y en el rescate de los auténticos adalides de la independencia.
En la esfera de la política, el santanismo había desaparecido tras la muerte de su caudillo en 1864, y la mayoría de sus adeptos buscó refugio y protección bajo la égida del Partido Azul, agrupación de orientación liberal conformada por connotadas figuras de la gesta restauradora. Paralelamente, en el bando opuesto, el general Buenaventura Báez, líder del Partido Rojo o baecista, había logrado recomponer su base de apoyo político y continuaba siendo opción de poder frente a los azules.
En el plano cultural afloraron las primeras expresiones tendentes a fortalecer en el imaginario popular el sentimiento de la identidad nacional. El periodismo, el sistema educativo, la literatura y los primeros estudios formales sobre historia patria devinieron cimientos de una vigorosa conciencia intelectual que terminó definiendo lo que Benedict Anderson llamó “una comunidad imaginada”. Los miembros del colectivo se sentían orgullosos de pertenecer a un mismo territorio, al tiempo de compartir una historia y destino comunes: la dominicanidad ya había arraigado en lo más hondo de la psiquis colectiva. Durante el lapso 1875 y 1895 surgieron los primeros movimientos cívicos y culturales orientados a identificar y escoger los paradigmas del presente y del porvenir en virtud de su contribución a la proclamación de la República. A principios de abril de 1875, bajo la segunda administración del general Ignacio María González, los restos de Francisco del Rosario Sánchez fueron inhumados en la Catedral Primada de América, iniciándose así lo que popularmente se llamó Capilla de los Inmortales. Nueve años después, el 27 de febrero de 1884, los despojos mortales de Juan Pablo Duarte, que estaban en Caracas, fueron trasladados al país y sepultados en la Catedral. Posteriormente, el 27 de febrero de 1891, las cenizas de Ramón Matías Mella fueron recibidas en la Catedral, uniéndose a las de Sánchez y Duarte.
El 11 de abril de 1894, mediante la Resolución No. 3392 del Poder Ejecutivo, quedó consagrada la inmortal tríada de los Padres de la Patria, en virtud de que ellos eran merecedores de representar el ideal patriótico que en vida los confundió en “una aspiración común y única: la de la emancipación política de la familia dominicana.”