Desde los tiempos de Donald Trump, Europa hipotecó parte de su política exterior a los Estados Unidos. Movida más por intereses comerciales que políticos, la Unión Europea adoptó decisiones claramente inamistosas contra China. El coloso asiático se perfilaba como el gran rival al que, de alguna manera, había que contener. Las importaciones de paneles solares chinos, mucho más baratos que los europeos, dieron una señal de alarma en los mercados europeos.
Concluida la Guerra Fría, Europa Occidental se concentró sobre todo en atraer a los antiguos satélites de la Unión Soviética. Es así como de manera relativamente rápida, la Unión Europea amplió sus fronteras hasta llegar a la periferia misma de la Federación Rusa. Hubo esfuerzos iniciales, incluso, para constituir un gran bloque del que no se descartaba a Moscú.
Sustituido el belicismo por la política, los presupuestos europeos de defensa permanecieron estancados. Sobre la Organización del Tratado del Atlántico Norte y el financiamiento norteamericano quedó la ejecución de una política común de defensa. Inclinada hacia la social democracia y el Estado benefactor, Europa entendió que debía velar por el bienestar de sus habitantes y no el crecimiento de sus armamentos y ejércitos.
Poco a poco ha renacido el espíritu bélico en países que decididamente habían apostado por el pacifismo. Francia, quizás el más independiente de todos en lo tocante a la política exterior, desdijo sin más ni más de lo que eran artículos de fe aprendidos y practicados durante los años gloriosos del Gaullismo. Tanto era la desconfianza en los Estados Unidos, que los franceses entendieron como una cuestión vital desarrollar sus propias armas nucleares y de ahí la famosa force de frappe de que hablaba Charles de Gaulle.
Podría pensarse que la adhesión de los antiguos países del Pacto de Varsovia a la Unión Europea produciría un marcado sentimiento antirruso. No fue así en sus inicios, a excepción de las naciones bálticas que sufrieron muy duramente los excesos estalinistas. En las fuerzas conservadores del Este europeo se anida la poca disidencia. De ahí que Hungría hay mantenido una actitud dubitativa y no se ha sumado de todo corazón a la cruzada antirrusa.
En Bruselas, la capital europea , se habla el mismo idioma que en Washington cuando se trata el tema ruso. Es allí donde se barajan las políticas más atrevidas para castigar al régimen de Putin. Una de esas es la utilización de los multimillonarios depósitos bancarios que tiene Moscú en instituciones europeas de financiamiento. Y dedicarlos a la defensa de Ucrania. Son los franceses quienes han dado la voz de alarma y sugerido moderación. Si algo ha logrado la invasión de Rusia a Ucrania es la de unir a Europa y a los Estados Unidos en propósitos comunes, y despertar sentimientos belicistas que dormían desde el final de la segunda Guerra Mundial.