La última rendición de cuentas presidencial de este cuatrienio, a manos de Luis Abinader, se limitó a eso, a recopilar lo que se ha hecho y muy poco a lo prospectivo, por lo que estuvo falto del típico bombazo al cual recurren los mandatarios en ese tipo de escenarios, sobre todo, si buscan la reelección.
El discurso de Abinader se manejó en un campo seguro, al enumerar una larga lista de lo que entiende han sido los logros de su gobierno. Destacó los puntos positivos de su política económica, de la inversión pública y de las relaciones exteriores, y evitó a toda costa tocar temas espinosos, que puedan ser usados luego en la campaña electoral.
Fue, de hecho, un discurso falto de sazón, largo y sin un enfoque específico del cual tirar, lo cual fue su propósito desde el inicio, pues la actual administración anda muy comedida para no comprometer la ventaja que parece tener de cara a las elecciones de mayo.
La nota la dio, de hecho, un sector de la oposición, que decidió abandonar la sede del Congreso Nacional, decisión poco elegante y que la inhabilita para opinar. Su deber era estar allí y ganarse el derecho a dar sus perspectivas.