Estas elecciones municipales ni siquiera servirán como día libre: se celebrarán domingo, el asueto semanal ordinario. Hasta las fiestas y espectáculos artísticos fueron sacados del calendario y todo en anticipación de unas votaciones que han despertado muy poco interés.
Confluencia de razones. La antigua institución que nos llegó con la colonia ha perdido esplendor en estos tiempos de presidencialismo y cuidado del centavo presupuestario. Nuestros ayuntamientos sirven para muy poco, excepto para el empleo de zánganos. Las regidurías, que desde el medioevo español se reservaban a personas relevantes, han mutado en canonjías, causa de que que provoquen el apetito de arribistas, riferos y otras especies con capacidad para gastar en campaña para posiciones otrora honoríficas. Eso del concejo municipal, como broma al fin, alienta carcajadas.
Con justa o aviesa razón, Joaquín Balaguer fue el primero en recortar el apetito por el gasto fácil, aunque obviando obligaciones legales. La tradición ha continuado y el Poder Ejecutivo se ha apoderado de muchas de las responsabilidades municipales, sabedor de que, de no hacerlo, será el dedo malo al que todo se le pega. Las quejas por las inundaciones en calles y avenidas, los basureros por doquier y hoyos revientagomas provocan sequía de votos. El presidencialismo les quitó a las corporaciones municipales el agua, el mantenimiento de las vías urbanas, el control del tránsito, la señalización y cuanto pudo. Aún con la apariencia de alcancías de pobres, sobraron candidatos para enfrentarse pasado mañana.
Si los ayuntamientos mal recogen la basura, se desligaron de la cultura y han hecho de la abulencia y el empleo improductivo su principal política, no extrañe, pues, que la campaña para las municipales sea más aburrida que un viernes santo, cuando había respeto y las emisoras solo ofrecían música sacra.
¡Uff! (Bostezos)