Adriano Espaillat, cibaeño de nacimiento y naturalizado norteamericano, es nuestro hombre en Washington. Primer congresista con sangre dominicana, ha cargado con nuestros intereses sin descuidar sus responsabilidades legislativas. Hábilmente, ha conciliado la agenda dominicana con la de su partido, el Demócrata.
A él se debe que el merengue esparciera sus notas contagiosas y bullangueras en los espacios solemnes de la Casa Blanca, unos días atrás. Y que Capitol Hill fuese un pedazo dominicano por unos momentos memorables.
Cercano, amistoso y curtido en la política neoyorquina, Espaillat ha dado visibilidad a la República Dominicana en los Estados Unidos. Colabora con tantas buenas causas como peticiones se le han hecho. Sirve con dedicación a una comunidad que ha crecido en número y calidad, como reconociera en una entrevista en este diario.
Aunque su demarcación electoral es marcadamente latina y demócrata, no sobra decirles a sus votantes que su apoyo es decisivo para que todos los dominicanos tengamos a un buen defensor en la capital norteamericana.