Desde hace años en el país se viene produciendo una peligrosa banalización del término “dictadura”. Comenzaron cuando Leonel, con Danilo se pasaron, y ya arrancaron con Luis… Como es costumbre, quienes ahora lo padecen antes lo difundían… Y viceversa.
Sectores políticos y de opinión pública -básicamente desde las vocingleras redes sociales- han entronizado la práctica de calificar como “derivas autoritarias” o “prácticas trujillistas” cualquier abuso o exabrupto aislado de alguna autoridad o decisiones de los poderes públicos, que si bien deben ser objeto de críticas y alertas sociales, distan mucho de acercarse a las acciones que distinguen los regímenes autoritarios.
Resulta innecesario retrotraerse a las tiranías que tiñeron con sangre Latinoamérica durante el siglo pasado, pues perfectamente podemos buscar referentes en los procesos de pérdida de derechos democráticos que actualmente observamos en la región.
Venezuela y Nicaragua, por ejemplo, donde se encarcelan e inhabilitan opositores políticos, se incautan e ilegalizan medios de comunicación, se encierran periodistas, se asaltan las instituciones jurisdiccionales para colocarlas al servicio del régimen, se reprimen las protestas y los procesos electorales son caricaturas que buscan disfrazar sistemas autocráticos.
A diferencia de la República Dominicana donde disfrutamos de plenos derechos políticos y civiles; que si bien tenemos algún político preso, no hay presos políticos; existe absoluta libertad de prensa y la oposición se ejerce con total libertad; disfrutamos de altos niveles de separación de los poderes públicos y de respeto a las decisiones jurisdiccionales; los poderes fácticos funcionan y ejercen de contrapeso al poder político, pues no están ni intentan ser asaltados por quienes gobiernan; y se organizan elecciones libres y democráticas cada cuatro años en completa paz y civismo.
Es innegable que nos queda camino por recorrer, pero también que transitamos por un periodo de alrededor de cuatro décadas viviendo en libertad democrática… Un proceso largo, con arritmias naturales, pero siempre avanzando. Con presidentes altamente respetuosos con la prensa y con quienes expresan sus opiniones por cualquier medio, incluyendo ese estercolero de las redes sociales.
Y en el caso particular de Abinader, se simpatice o no con su gestión, hasta ahora ha sido un presidente democrático, tolerante y respetuoso con sus adversarios políticos… Y con la prensa, además, cercano y accesible.
Así que por una ley que nunca debió ser, que por demás el Gobierno se muestra dispuesto a enmendar; o porque unos policías, quién sabe al servicio de cuáles intereses, aprehendan a un protestante solitario y este sufra supuestos maltratos dentro de un cuartel, vamos a pretender banalizar lo que significa una dictadura… Máxime si con ello pudiéramos provocar una reducción de la alerta social, y facilitar que semejante ignominia nos asalte sin previo aviso.
O sea… Por aquello de Pedrito y el lobo.