En el habla popular dominicana es común comparar a las personas con una mula, utilizando expresiones como “terco como una mula”, “patea como una mula”, “ese carga más que una mula” y “esa es como una mula, que no pare”. Pero, ¿por qué se van con este animal?
En primer lugar, un mulo es resultado del cruce entre un burro y una yegua. La mula que resulta de este híbrido es casi siempre estéril -casi porque hay casos excepcionales de partos-.
Este cuadrúpedo combina lo mejor de ambas especies: resistencia y longevidad. Por eso el uso de los mulos en la agricultura ha sido muy extendido. Sin embargo, en los últimos tiempos, su población se redujo tras la llegada de la modernización al campo.
A pesar de ello, existe una creciente afición por utilizarlos en paseos de aventuras o “mulargatas” (variante de cabalgatas), lo que está motivando a un rescate paulatino de la población de este legendario animal.
Hay hacendados dedicados a su reproducción en distintas provincias del país, incluso se han traído ejemplares de Colombia para aprovechar sus dotes genéticos y obtener mulos de mejor calidad. Y otros siguen con su uso tradicional, el de ayudador del campesino.
En toda su vida como agricultor en las lomas de Gaspar Hernández, Elpidio Gil ha usado mulos para transportar cacao y la leche de sus vacas. También llegó a criarlos para vender. Sin embargo, con la llegada de los vehículos al campo, fueron sustituyendo al mulo para transportar la producción, excepto en las zonas donde no hay carreteras, donde el animal sigue siendo funcional.
“Tengo dos mulas. Esas mulas son de cargar la leche diaria”, dice Gil mirando al animal. Si fuera a vender una, pediría hasta 60,000 pesos. “Un mulo bien atendido, que no sufra hambre, trabajando, dura 40 y 50 años”.
Aquella época de esplendor
La época de esplendor de los mulos se remonta a la llegada de los españoles que conquistaron la isla y trajeron en sus viajes caballos y mulos. Durante más de 400 años, el transporte en República Dominicana se hacía al lomo de esos animales, y de burros y bueyes. Por ejemplo, las mercancías que llegaban por Puerto Plata para distribuirlas por el Cibao.
El autor Facundo Ottenwalder, especialista en asuntos pecuarios, indica en su libro La pecuaria dominicana, que “se dice que en la primera década del 1500 se prohibía andar en mula, tratando con esto de incentivar la cría del caballo”.
“De esta prohibición -prosigue- solo se exceptuaron mediante Reales Cédulas, el almirante, que así lo había solicitado por estar enfermo, y la virreina Doña María de Toledo, esposa de Don Diego Colón, que aparentemente fue la primera dama que anduvo en el nuevo mundo a lomo de mula”.
El historiador Frank Moya Pons relata en uno de sus textos que el viajero norteamericano Samuel Hazard presenció en 1871 el incesante movimiento de las recuas entre Santiago y Puerto Plata, contando unos 200 caballos y mulas cargados con dos serones de tabaco de 125 libras cada uno. Le dijeron que dicho movimiento era típico de la región.
Diez años más tarde, Pedro Francisco Bonó escribió que en tiempos de cosecha los viajeros que transitaban los caminos de Moca a Santiago, y de ahí a Puerto Plata, se encontraban con recuas cada 10 minutos.
Por su importante función económica en el transporte de mercancías, los recueros fueron “la institución económica más importante del país en el siglo 19”, dice Moya Pons. “Muchos recueros eran más respetados que los más temidos generales guerrilleros”.
Aún entrado el siglo 20 comerciantes cibaeños les encomendaban el transporte de grandes cantidades de monedas de plata.
Según datos que cita Ottenwalder, para 1931 existían 138,600 equinos y para 1940 eran el doble, además, 50,000 mulos y 150,000 burros.
Sin embargo, las recuas fueron menguando con la habilitación de caminos vecinales, la introducción de camiones y camionetas, y la migración del campo a las ciudades. Encontrar una recua en el campo es una añoranza, así como avistar un mulo o mula cargada de víveres o leche -como las del señor Gil- en zonas rurales por donde aún no se ha masificado la inversión pública. La población actual de estos animales no se conoce oficialmente.
En el 2011, se anunció la habilitación de un Centro de Mejoramiento Genético para la reproducción de mulos y burros para usarse en el Plan Nacional Quisqueya Verde de reforestación de montañas. El proyecto se inició con 30 animales, pero no se pudo confirmar su resultado.
El embarazo de una yegua tarda unos 11 meses y se alumbra un solo producto, aunque hay excepciones.
Los aventureros al rescate
Los aventureros han asumido un papel importante en el rescate de los mulos. Uno de ellos es Claudio Almonte, quien ha encontrado en estos una oportunidad de negocio. En una tranquila zona rural de Los Hatillos, en Hato Mayor, pastan los mulos que cría para carga y silla, es decir, para trabajos agropecuarios los primeros y para exhibición, aventura y paseos los segundos.
Es la afición por la silla que ha llevado a que en los últimos cinco años haya crecido el interés entre aventureros por montar mulos en emocionantes travesías por estrechos senderos, cimas de lomas y cauces de ríos.
De hecho, los aficionados se han agrupado en una red llamada Muleros Unidos de Rep. Dom. En Instagram, Facebook y WhatsApp comparten fotos y videos de sus experiencias, y publican las convocatorias para sus “mulargatas”.
Almonte, miembro de la directiva honorífica del colectivo, menciona una población de entre 4,500 y 7,000 mulos, según reportes de la red. Informa que el año pasado se hizo una subasta de siete mulos. En el evento un participante pagó 280,000 pesos por uno.
Cuando Diario Libre visitó la hacienda de Almonte, este tenía unos 19 pichones de mulos, entre adultos y pequeños. En los últimos dos años ha vendido 15 ejemplares para carga y silla.
El gusto por estos animales proviene de su abuelo, quien poseía una recua de alrededor de 62 mulos destinados a transportar madera y café de las montañas de Santiago. “Recuerdo que él me decía que cobraban un peso dominicano por cada viaje; hoy eso serían 62,000-70,000 pesos por un camión”.
“De ahí nace ese deseo de uno seguir con la gerencia que dejaron los ancestros”, comenta a sus 61 años. Además, él asistía a la escuela montado en una mula.
Don Folo es el burro principal de la hacienda de Almonte. De su cruce con yeguas -mayormente por inseminación artificial- el hacendado ha logrado reunir una camada de 32 mulos.
Hace cuatro años se vendió un mulo en 18,000 dólares en una feria para uso en silla, dice. “Tengo una mula por la que me están ofertando casi medio millón de pesos, pero el precio normal va entre los 40,000-60,000 hasta los 250,000 pesos”.
El hacendado atribuye la valorización de los mulos a la creciente preferencia de la comunidad por usarlos en silla, atrayendo a personas de clase media y media alta. De hecho, ahora en febrero se llevará a cabo una “mulargata” en San Francisco de Macorís.
“Para tú mover un animal de aquí hacia allá, tienes que usar un camión, sacarle una prueba de anemia al animal (…), pagar un hotel, entonces eso es algo que el agricultor no lo va a poder hacer si no somos aquellos dedicados más que todo en el nivel de crianza, exhibición, y que podemos gastar, porque sale caro”, dice.
Se han organizado “mulargatas” en Loma Miranda, Constanza, Jarabacoa, desde Santiago a Sosúa por las lomas y por otros senderos.
“Son animales muy nobles”, afirma Almonte.