De la inspiración oriental a la mujer fatal, pasando por la delicadeza del ballet: todos los gustos quedaron representados en la Semana de Alta Costura que se celebró esta semana en París.
La atracción de Oriente
La fascinación por Oriente resurge regularmente en la alta costura internacional, no solo por su nivel de artesanía, sino porque una parte considerable de su clientela reside en países del Golfo, en India o Pakistán.
Dior marcó la pauta el primer día con una puesta en escena de la artista Isabella Ducrot, que reprodujo enormes trajes de pachás otomanos, pertenecientes a un museo de Estambul.
Dior le dio un nuevo aire al muaré, ese tejido que al moverse ofrece distintos efectos visuales, y presentó vestidos etéreos, con alusiones a la Grecia clásica, y a referentes de la firma, como el traje «La Cigale» («La Cigarra») de 1952.
Armani propuso un viaje «de Occidente a Oriente» con pantalones vaporosos, cerrados a la altura de los tobillos.
La marroquí Sara Chraibi rindió homenaje a la arquitectura mozárabe con reproducciones estampadas de arcos de herradura.
Stéphane Rolland se inspiró en los caftanes, cubrió a sus modelos con capuchas, y utilizó el azul Majorelle, típico de las casas de Marrakech. Zuhair Murad fue sinónimo de bordados intrincados.
El indio Rahul Mishra ideó directamente un desfile unisex presidido por turbantes y chalecos.
Destacó uno de sus vestidos, bordado y centelleante, como la corteza de un árbol que se encarama por el cuerpo de la modelo hasta cubrir parcialmente su rostro.
Schiaparelli preparó un desfile monumental con alusiones a las dunas del desierto, con modelos futuristas, arropadas con enormes flecos que surgen de los vestidos a la altura de la cintura.
Ese desfile enlazó el orientalismo como otra tendencia en París: la mujer futurista y enigmática.
El enigma irreverente de Viktor & Rolf
Robert Wun presentó mujeres con el rostro oculto detrás de máscaras, como si se tratara de competidoras de esgrima.
Gaurav Gupta deslumbró con un vestido rojo resplandecientes, y zapatos a juego, ondulado como un río de lava volcánica.
Y el dúo irreverente de Países Bajos, Viktor & Rolf, hizo desfilar a unas mujeres hieráticas por grupos de cuatro. La primera mostraba un modelo, siempre de negro riguroso, para realzar la silueta.
Las otras tres mostraban el mismo modelo pero cortado a tijeretazos, hasta quedar irreconocible.
Más inquietante fue la propuesta del japonés Yuima Nakazato, que arrancó el desfile con una performance en torno a la sangre.
Fendi ideó siluetas ceñidas, mujeres cubiertas de metal, o con juegos de transparencia que dejaban atisbar la piel.
Un capítulo aparte lo escribió el modisto francés Julien Fournié, que cumplía quince años de alta costura y lo celebró convocando a sus fans a un teatro parisino.
Su fiesta fue una reivindicación de la mujer «vamp» hollywoodiense de los años 1940, con vestidos tubo, escotes vertiginosos, «stilettos» y sombreros alocados.
Y finalmente Chanel se unió al baile de las creaciones de moda inspiradas en la danza y el ballet, con mujeres gráciles de apariencia juvenil, radiantes en tul rosa o con cuellos estilo pierrot y peinadas de forma discreta.
Por Jordi Zamora y Daphné Rousseau