El caso de intoxicación con un producto de fumigación, que provocó la muerte de una madre y su bebé, y que afectó a otros componentes de esa familia, causa un dolor inmenso.
A la vez, debe provocar semejantes niveles de indignación, porque de nuevo nos vemos insertados en esa cultura de la reacción que nos ha caracterizado como sociedad, pues en lugar de asumir un modo preventivo, en el cual la seguridad ciudadana esté por encima de cualquier otra consideración, siempre andamos remediando.
Este incidente es el resultado de una cadena de ineficiencias que expone la vulnerabilidad que tenemos como país a la hora de regular las áreas que representen un peligro para la salud. Esa sustancia no debería ser importada, distribuida y vendida con tanta laxitud.
Un veneno como ese debía estar limitado a profesionales licenciados y mantenerse un registro férreo de quién lo usaba y bajo qué condiciones. Ahora, tras una tragedia, se ha prohibido su importación, como decisión salomónica. ¿Es esa la salida? No, el remedio es el control, no solo con esa sustancia, sino con todas las que sean venenosas.