La tragedia no ocurrió en un barrio malo o en una dependencia gubernamental mal cuidada. No, sucedió en una torre de Piantini, en los apartamentos donde vive gente de buena posición económica, la que, en teoría, tiene dinero para pagar.
Pero no, esa cultura de ahorrarse el chele que nos consume o de asumir la seguridad en un proceso como algo prescindible, nos tiene en medio de otra tragedia, que de entrada le ha costado la vida a una madre y su bebé de dos meses de nacida.
Tenemos que meternos en la cabeza como sociedad que lo barato sale caro, que el camino corto acaba siendo más largo y que la chapucería ahorra dinero, pero expone a uno a todo tipo de problemas.
Todo este incidente se hubiera evitado si se tomara en cuenta la seguridad que conlleva un proceso tan serio como fumigar contra una plaga como el comején. No estuviéramos escribiendo sobre esa desgracia si se hubieran seguido las normas de convivencia y, en lugar de tomar la decisión de envenenar el aire unilateralmente, lo hubieran comunicado a los vecinos. Tampoco estaríamos en esto si simplemente se hubiera hecho lo que procedía, cambiar los gabinetes y eliminar la plaga de cuajo, pero eso es más caro.