Artista polifacético, pintor, escultor, diseñador, escritor, (se creía mejor escritor que pintor) cineasta y provocador nato, fue dueño de un estilo original, rompedor, tan propio, del que él mismo llegó a decir «el surrealismo soy yo», una personalidad arrogante y narcisista que le granjeó no pocas enemistades.
Dalí fue expulsado de la Academia de las Bellas Artes de Madrid donde estudiaba al asegurar que nadie tenía el nivel para examinarlo.
Además, fue destituido del movimiento surrealista creado por André Bretón, que no lo soportaba, y no sólo por sus comentarios ideológicos apoyando a los fascismos sino por esa imagen de bufón delirante y exhibicionista, ávido de dinero, avida dollars, como le apodó Breton.
Si en Madrid, en la Residencia de Estudiantes conoce a García Lorca y a Buñuel, durante su estancia en París, a Picasso y Miró. Gracias a este último se une al grupo surrealista y es allí donde conoce a la que se convertiría en su esposa, Gala, entonces casada con el poeta Paul Éluard.
Su boda con Gala le lleva a romper con su padre, notario y hombre conservador, que le recriminaba su vida disoluta.
Sin embargo, nada afecta a su producción y es cuando realiza el célebre cuadro La persistencia de la memoria (1931), en el que una extraña criatura inerte (él), reposa sobre la arena bajo unos relojes que se derriten.
Método paranoico-crítico
Una de las personas que mejor conocen la obra de Dalí, Montse Aguer, directora de la Fundación Gala-Dalí, resalta que “existen múltiples dalís en su trayectoria, debido a su diversidad, a su dicotomia como dibujante, diseñador, pensador, escritor, creador de escenografías para cine y teatro”.
En efecto, son sus obsesiones personales las que conforman la mayor parte de sus obras en la que se sirvió de las técnicas del realismo ilusionista más convencional para impactar al público con sus insólitas e inquietantes visiones, que a menudo aluden a la sexualidad, a una quizás no resuelta: El gran masturbador (1929).
“Un artista que se inventó su propio método artístico, el paranoico-crítico, que crea para plasmar la realidad con su otra realidad, la de los sueños. Dalí quiere ir más allá de la realidad visible, llegar a los instintos, a las obsesiones, las filias, las fobias…», comentó Aguer.
Estaba claro, nunca encontraría ni el equilibrio ni la paz, por lo que decidió ser excesivo en todo, interpretar personajes y sublimar su caos en un vendaval de fantasías que iban de lo humorísticos a lo sórdido, incluido el mal gusto y lo cruel.
En su obra, la razón es sustituida por el delirio y la locura se establece como un estado de normalidad, frente a un mundo estético lleno de insatisfacciones y límites. Y sin abandonar el concepto tradicional de belleza, incluye lo grotesco y lo feo.
Fue sin duda un hombre de una imaginación desbordante que quería interactuar con el espectador de sus obras. Su egocentrismo le llevó a concebir un museo para celebrar su figura, su Teatre-Museu de Figueres, una maravillosa y abigarrada confusión de la que hace partícipe al público y uno de los museos más visitados de España.
Exhibicionista compulsivo
Es un artista que siempre fascina a los jóvenes. Se sienten atraídos por sus excentricidades, por sus exageradas puesta en escena, por el cromatismo de sus paisajes, sus relojes blandos, esa Gala que se transforma en Lincoln o un asiento con forma de los labios de Mae West, ideados para sentarte y tomarte una foto.
Aun así, quizás la herencia más evidente de Dalí es la creación de un artista al margen de la normalidad que construye un mundo propio para acaba por influir en la estética popular.
Su vida parecía en ocasiones un auténtico reality show donde representaba verdaderas performances propias del exhibicionista compulsivo que era: “Mis excentricidades son actos concentrados, deliberados. No son ninguna broma, sino lo que más cuenta en mi vida”.
Después de haber estado en la vanguardia de tantos ismos contemporáneos, sintió atracción por la cultura de masas y abarcó otros campos como el diseño de objetos de la vida cotidiana, a veces realizados con un voluntarioso mal gusto.
En ese sentido, se puede decir que Dalí fue precursor de la estética kitsch. Suyo es también el logotipo de chupa-chups.
Y en cuanto al cine, otra de sus pasiones, colaboró con Luis Buñuel, en la impactante película surrealista, Un perro andaluz (1929), debiéndose a él las escenas más determinantes, las actitudes más rupturistas y vanguadistas.
De hecho, cuando Dalí llegó a Estados Unidos no se instaló en Nueva York, metrópoli cultural y artística, sino que corrió a Hollywood porque allí estaba el medio, el cine, capaz de engendrar grades mitos.
Colaboró con Walt Disney en una película (Destino), un proyecto que no se pudo terminar en su época y no vio la luz hasta 2003.
Generó antipatías
Si en vida, Dalí no resultaba simpático en ciertos círculos artísticos por su indomable carácter, es cierto que el tiempo todo lo cura. Y paradojas de la vida, su muerte ayudó a valorarlo. Tras ella esa personalidad absorbente, excesiva y manipuladora dejó de interferir en la percepción de su obra y ha acabado haciéndole justicia.
El hispanista irlandés, Ian Gibson, autor de una extensa biografía del pintor, da pruebas de la antipatía que le causa el personaje, pero pese a ello -dice- se trata no ya de un pintor importante, sino de un personaje original como pocos y polifacético como casi ninguno.
Es indudable que fue uno de los artistas más trabajadores y originales del siglo XX, capaz de abordar una pluralidad ingente de materias y de tratamientos.
Es innegable que fue artista rompedor, original, virtuoso en lo pictórico y además decisivo para el surrealismo.
“Fue uno de los primeros en entender el cambio del arte en el siglo XX, cuando el artista deja de ser una figura heroica y romántica para ser alguien que se mueve en un mundo donde lo cultural forma parte del ocio y el entretenimiento», añade el historiador del arte, Borja-Videll.
Se definió como “perverso, blando, débil y repulsivo”
En 1938 conoce por fin a Sigmund Freud, el gran inspirador del método surrealista movimiento del que no se siente marginado ni expulsado pese a los desprecios de Breton; por el contrario, se considera el único y el más genuino exponente del movimiento.
Tras su etapa francesa y estadounidense, en 1949 regresa a España, a su amada Port Lligat y halla en el régimen de Franco toda suerte de facilidades. A partir de ahí le siguieron cuarenta años más cultivando cómodamente -Juan Carlos I le concede hasta un marquesado- a ese histriónico personaje que le haría famoso.
A finales de los setenta en España Dalí no era tan bien aceptado en el círculo cultural, principalmente el catalán, que abominaba de su exhibicionismo pedante y por haber ejercido de esa especie de “bufón-artista de cámara de la corte de Franco”.
Cuando publicó su primer escrito autobiográfico —de una larga serie—, el periodista y escritor británico, George Orwell lo reseñó como “un ataque frontal contra la decencia y el buen gusto y si había un libro al que se pudiera atribuir ‘hedor físico’ éste era sin duda el de Dalí.
Aun así, a reglón seguido explicaba inteligentemente: «Uno debería ser capaz de conservar en la cabeza simultáneamente las ideas de que Dalí era al mismo tiempo un excelente pintor y un irritante ser humano. La una no invalida, no afecta, a la otra”.