Los resultados electorales del Partido Republicano en el Estado de Iowa apuntan a que Donald Trump arrollará en el proceso interno de ese partido y que, a menos que suceda algo imprevisible, será de nuevo su candidato presidencial en las elecciones de este año. A diferencia de 2016, cuando perdió ese Estado del senador Ted Cruz, a quien acusó de haberse robado esas elecciones (una especie de ensayo para lo que haría a gran escala en el 2020 cuando perdió las elecciones generales de Joe Biden), esta vez Trump le sacó treinta puntos de ventaja a su más cercano competidor, el gobernador de Florida Ron DeSantis. Si bien queda un largo trecho por recorrer en el proceso de primarias, todo parece indicar que el electorado republicano ha decidido abrazar el trumpismo y liquidar, en términos prácticos, al tradicional Partido Republicano.
El prestigioso periodista del Washington Post Dana Milbank cuenta que en el único evento que Trump llevó a cabo en Iowa, al cual asistieron alrededor de 500 seguidores, se pasó un video en el que el narrador contaba que “el 14 de junio de 1946, Dios miró hacia abajo su paraíso y dijo, `necesito a alguien que se haga cargo’. Y así Dios nos dio a Trump”. Se trata, por supuesto, la fecha de nacimiento del expresidente norteamericano a quien presentaban, literalmente, como un mesías, un enviado de Dios para acabar con los marxistas, los comunistas, los mentirosos, los perversos, los migrantes terroristas, los globalistas y muchos otros responsables de la decadencia de Estados Unidos. Ahí estará él para hacer ese país “great again”.
Una pregunta que vale la pena hacerse es dónde ubicar ideológicamente a Trump: ¿es él un liberal, un conservador o algo distinto? Podría pensarse que él es un liberal porque combate al Estado, defiende al capital y su gobierno redujo los impuestos y desregularizó algunos sectores de la economía para beneficiar a los empresarios. También podría pensarse que él es un conservador porque, además de pertenecer al Partido Republicano, ha asumido todas las causas del movimiento político-religioso conservador norteamericano, a pesar de haberse pasado toda una vida en ambientes sociales (hoteles y restaurantes de lujo, campos de golf, concursos de belleza, clubes de los ricos y famosos, entretenimiento y negocios con las élites financieras) que nada tienen que ver la vida de la gente que lo sigue con una fe ciega.
Pero resulta que no, que Trump no es ni liberal ni conservador, al menos sin concebimos el liberalismo y el conservadurismo como corrientes de pensamiento que articularon ideas y valores sobre el individuo, la libertad y la comunidad que, a su vez, sirvieron de base para sustentar partidos y fuerzas políticas que han sido pilares de los sistemas liberal-democráticos de los países occidentales. Nadie que se tome en serio estas dos filosofías políticas, independientemente de que esté de acuerdo o no con ellas, puede pensar que Trump representa a una de ellas.
El liberalismo promueve la defensa de los derechos individuales, la limitación y división del poder, el sistema de frenos y contrapesos, así como la tolerancia y el respeto al pluralismo político e ideológico. Trump es la negación radical de esta corriente de pensamiento. Promueve la intolerancia y la exclusión de quienes son diferentes a lo que él concibe como la esencia verdadera de Estados Unidos. Para él están, por un lado, “ellos” -él y sus seguidores fanáticos que votarían por él aún si matara a alguien en la 5ta Avenida, como él mismo dijo- y todos “los demás”, la escoria que representan los migrantes, los extranjeros, los comunistas, los demócratas y todos los desviados y mentirosos que puedan cruzarse en el camino. Para Trump tampoco existe el respeto a la democracia, a menos que sea él quien gane, de ahí todo lo que aconteció en aquel bochornoso espectáculo del 6 de enero de 2021 cuando turbas de sus seguidores, con el apoyo explícito o implícito de él, se propusieron desconocer la voluntad popular y subvertir el sistema democrático.
El conservadurismo, por su parte, es una corriente de pensamiento que pone énfasis en la familia, la tradición y la religión. Concibe a los individuos no como entes abstractos desconectados de lazos comunitarios, sino como partes de un tejido social con valores y compartidos. Un referente fundamental del conservadurismo así entendido es el brillante pensador irlandés del siglo XVIII Edmund Burke, quien seguro se espantaría si llegase a ver a Trump como líder del conservadurismo. Un elemento esencial de esta corriente de pensamiento es el reconocimiento de la finitud humana, entendida como la condición existencial que lleva a la modestia, a poner límites al poder y a entender que los individuos no son dioses ni pueden ponerse por encima de los demás como si hubiesen recibido una relevación divina o la respuesta certera de todo cuanto acontece. No puede, pues, representar esta corriente de pensamiento quien se cree un Dios, quien se coloca por encima de las instituciones, quien quiere ser dictador aunque sea por un día y quien es admirador no de Abraham Lincoln o ni siquiera de Ronald Reagan, sino de Vladimir Putin (macho politics, podría decirse).
Más bien, Trump es un populista de extrema derecha, nativista, aislacionista, narcisista y autoritario, quien ha articulado un discurso político que encontró condiciones de recepción en amplios sectores de la sociedad estadounidense, especialmente, aunque no únicamente, en el movimiento evangélico, a los cuales él les ofrece soluciones simplistas a problemas complejos: un muro para los migrantes invasores y terroristas, el fin de la guerra en Ucrania en 24 horas (por supuesto, concediéndole un triunfo a Putin), un incremento general de los aranceles de 10% para acabar con las importaciones chinas (y de paso afectar nuestras exportaciones), acabar con la ideología de género y las conductas “desviadas” que promueven la ONU, las ONG y las élites globalistas y poner fin, de una vez y por todas, a la supuesta decadencia de Estados Unidos.
Trump se presenta como un individuo superior, salvador y redentor, no sujeto a las restricciones institucionales y legales, quien, a pura voluntad y con el apoyo de sus fanáticos seguidores, terminará con el gobierno de los demócratas mentirosos, con la justicia corrompida, con el “Estado profundo” lleno de burócratas que no conocen el verdadero sentir del pueblo, así como con la contaminación extranjera y con todo lo malo que pueda existir. Queda por ver si la mayoría del pueblo norteamericano terminará escogiendo esa oferta político-ideológica o si, por el contrario, responderá a este desafío, como tantas veces ha sabido hacer, defendiendo la democracia, la libertad, la tolerancia y el pluralismo.