El año 2023 dejó registrada la cifra emblema de la llegada de 10 millones de turistas y del ingreso de más de 10,000 millones de dólares en gastos efectuados en el país por los viajeros no residentes que nos visitaron.
Son guarismos que tienen un efecto multiplicador muy positivo. Implican la demanda de bienes y servicios que crean ocupaciones, generan recursos monetarios e ingresos fiscales. Elevan el entusiasmo para transitar con bríos y esperanzas renovadas el año 2024 que recién empieza.
Este logro comporta gran mérito por las circunstancias en que fue conseguido luego de los efectos trastornadores de la pandemia y con muchas restricciones que aun perturban el normal desenvolvimiento de la economía mundial.
Si miramos hacia atrás nos daremos cuenta de que 2020 fue un año más crítico de lo que pudiera imaginarse, debido a los efectos causados por la pandemia. Estuvimos muy cerca del precipicio. Hubo un desplome en la llegada de turistas. De 6.4 millones que llegaron en 2019 por vía aérea caímos a solo 2.4 millones. Fue un descalabro, apenas disimulado, que pudo ser reparado por el colchón crediticio disponible y por las políticas aplicadas.
El mundo sufrió. Nosotros también fuimos afectados.
Ninguna actividad económica es inmune a los trastornos naturales, políticos y sociales. No debemos ni ocultarlo, ni olvidarlo. Reconociéndolo así, con pragmatismo, es más fácil entender la necesidad de crear las condiciones que permitan afrontar con éxito los años difíciles de evolución de los sectores económicos.
Al mismo tiempo hay que admitir que, en nuestro caso, el turismo es la única actividad que reúne el potencial de dar un rápido impulso al desarrollo y a la superación de los umbrales de pobreza, si se combina con políticas que reduzcan las desigualdades y fortalezcan la solidaridad social.
Lo inteligente es que saquemos el máximo provecho de esta fuente de ingresos y de diversidad cultural, y aprovechemos los recursos que genera para introducir cambios cualitativos que a la vez atraigan más visitantes, mejoren el modo de vida de los dominicanos e induzcan mayor inversión.
Dicho esto, conviene situar las cifras en su perspectiva apropiada.
El número de los 10 millones de turistas (no residentes) se alcanzó en 2023 solo si a la llegada por vía aérea se suma los que tocaron tierra a bordo de embarcaciones marítimas. En efecto, por vía aérea arribaron aproximadamente 8 millones de no residentes y por mar más de 2 millones.
Cuando hace varios años se fijó la meta de 10 millones de turistas este número se refería a los llegados por avión. No incluía a quienes vienen por barco. En aquel entonces esta modalidad era incipiente. Tampoco es lo mismo una cosa que la otra.
La estadía promedio de quienes llegan por avión se estima en 8.3 días y el gasto que efectúan es de casi US$1,300 por visitante, mientras que en el caso de aquellos que lo hacen por barco la estadía es muy breve y el consumo muchísimo menor.
Ambas actividades son importantes. Se refuerzan mutuamente.
Hay un dato revelador. Puerto Plata está renaciendo con la llegada de cruceros. De los 1.9 millones que desembarcaron hasta noviembre, algo más de 1.5 millones lo hicieron por Puerto Plata, mientras La Romana recibió 290,000 pasajeros.
El nicho de los cruceros es halagüeño siempre que se organice apropiadamente y se dé al turista el desahogo que necesita para conocer, transitar y comprar bienes y servicios sin molestias ni atosigamientos.
Culminado el logro, aun fuere parcialmente, es tiempo de canalizar las energías en busca de un nuevo propósito. Lo conveniente sería adecuar los escenarios a las circunstancias y establecer oficialmente la meta de que, a más tardar en 2028, lleguen 10 millones de turistas por avión, y agregar que gasten más de 15,000 millones de dólares. Todo esto sin dejar de seguir auspiciando la actividad de cruceros.
Esto daría un sentido renovado a lo relacionado con la política económica y un impulso formidable a la economía.
Eso sí, requeriría adecuar muchas cosas, darle mayor calidad a la infraestructura, facilitar el desplazamiento de los visitantes por calles y carreteras, controlar el ruido, mejorar los servicios públicos de agua, electricidad, recogida de desperdicios, limpieza, señalización, consolidar la seguridad, establecer planes de información adecuados, ordenar el desenvolvimiento de la vida cotidiana dentro del respeto absoluto a las normas.
La mayor restricción para alcanzar esta meta es la de que los recursos naturales son limitados. Tendremos que aprender a cuidarlos mejor para que alcancen para todos. La otra es adecuar nuestro nivel general de educación al cumplimiento de este objetivo.