El inesperado fallecimiento de Hans Dannenberg inflige un severo golpe a la diplomacia dominicana. Desde posiciones que lo condujeron a representar el país en lugares remotos como la India y Rusia, Hans llevó a cabo una destacada labor que le hizo merecedor del reconocimiento no sólo de varios gobiernos dominicanos, sino también de gobiernos y organizaciones de los países a los que fue asignado. Iniciaba sus trabajos como embajador en Canadá cuando de improviso falleció el día antes de la celebración de la Nochebuena.
Vinculado previamente al sector de la aviación civil, Hans se distinguió por su extraordinaria capacidad de trabajo. No dejaba que días feriados, vacaciones o el término de la jornada laboral diaria le impidieran completar sus tareas. Y complementaba esa inmensa disposición al trabajo con un temperamento cordial y un genuino interés por servir a los demás, lo cual le abría puertas que para cualquier otra persona permanecían cerradas, pudiendo en ocasiones conseguir resultados que parecían ser inalcanzables.
No debe extrañar, por lo tanto, que a lo largo de su vida desempeñara funciones rodeado del aprecio, respeto y admiración de quienes le conocían. Merece ser resaltado que en sus actividades diplomáticas nunca perdió de vista el objetivo de procurar beneficios económicos a nuestro país por diversas vías, promoviendo exportaciones de bienes y servicios, la llegada de turistas y la presencia en foros y eventos internacionales. A pesar de que le tocó representarnos en localidades remotas como Vietnam y Tailandia, en las que éramos prácticamente desconocidos, logró establecer contactos valiosos y difundir informaciones acerca de nuestra cultura, historia, recursos y atracciones.
Vale destacar también un rasgo peculiar de su carácter. Con frecuencia anteponía las necesidades de otras personas a las suyas propias, empeñándose en resolverles problemas, aportarles soluciones y ofrecerles respaldo sin pensar en derivar beneficio alguno, motivado por una inusual identificación y solidaridad con los demás.