Para poder tener un país de ley y orden hay que comenzar por hacer valer las leyes básicas de convivencia, no hay otra, porque sin eso no seremos capaces de tener una sociedad libre de corrupción, narcotráfico, violencia, ruido, contaminación, abuso y todos esos males que quisiéramos eliminar de un plumazo, pero que se nos hace difícil enfrentar.
Hace tiempo escuchaba a un importante fiscal federal en Puerto Rico, que contaba cómo los narcotraficantes le habían perdido el respeto a la autoridad y se ponían a vender droga, a plena luz del día, entre un cuartel de la policía y una escuela. Mostraba la imagen, indignado, y decía que todo el mundo sabía que eso pasaba allí, pero nadie lo denunciaba, y él, como no era delito federal, no podía interferir.
Aquello, decía Guillermo Gil, reflejaba el problema de fondo, que es el fracaso de la sociedad de mantener la ley y el orden como una forma de garantizar la calidad de vida.
Decía él que ya lo único que le quedaba no era acabar con la droga, sino evitar que la vendieran a la vista de todos. Usaba él un tono de derrota, de resignación, y entiendo su sentimiento, porque es una realidad que he vivido en Puerto Rico, en Cuba y ahora aquí.
Esta reflexión me llega por el pasado fin de semana. Tuve la fortuna de irme con mi familia y unos amigos queridos a Samaná. La pasamos de maravilla en la playa y en una cabaña hermosa internada en la montaña, a menos de un kilómetro de la arena. Pero no nos planteamos salir de ese círculo, porque la anarquía de los motoristas sin casco y a toda velocidad, los vehículos todo terreno a mansalva y los conatos de teteos mezclados con borracheras no nos invitaban a intentar disfrutar de todo en Las Terrenas.
Esa falta de ley y orden, ese caos, no es bueno para ninguna sociedad y alimenta la imagen que tienen en los países desarrollados de que en las islas caribeñas vivimos en chozas. Yo quisiera ir a una Samaná ordenada, bella y segura. Quisiera que la policía haga mejor su trabajo y quisiera que se cumpla lo que decía un letrero hecho a mano, colocado a un borde de la playa: “la finalidad no es limpiar, es que no ensuciemos”, y eso pasa en un país de ley y orden.