Empezó a hacer grandes amigos en los medios de comunicación cuando, antes de entrar en la carrera diplomática, era la voz de una línea aérea dominicana. Entonces todavía se le conocía cariñosamente como “el gordito Dannenberg”. Una vez embajador… eso quedó aparcado. Su posición ya no lo permitía. (No se puede llamar gordito a un embajador ni siquiera por teléfono…)
De una simpatía desbordante, natural y cercano, conseguía que sus notas de prensa o comunicaciones puntuales aparecieran siempre a tiempo. Ese talante, más bien talento, le llevaron a desarrollar una brillante carrera diplomática representando a su patria en puntos lejanos y difíciles de todo el planeta.
Fuera en Rusia, en la India o en Canadá, y atravesando muy complicadas situaciones de salud, siempre estaba atento a cualquier pregunta o necesidad de información. Su enfermedad, decía, no iba a definir su vida, ni a desmejorar su desempeño profesional. Y siempre transmitía su convicción de que vencería el quebranto, aunque las noticias no eran buenas.
La simpatía es una cualidad infravalorada. Parece fácil de imitar y probablemente en el medio en el que trabajaba va con el puesto. No es cierto, no hay nada más incómodo para el interlocutor que una simpatía fingida. En su caso era cálida, espontánea y sencilla. Nunca dejaba fuera de la conversación alguna referencia a su familia. Hablaba de su esposa con un apego profundo, muy particular. Pocos hombres lo hacen espontáneamente.
Las reacciones a su partida han sido sinceras. Era alguien muy querido, trabajador infatigable, pro activo y no veía proyecto o idea imposible de materializar. Sentía un gran orgullo por representar a República Dominicana en el mundo. Ha sido un gran embajador. b