El dibujante neoyorkino Robert “Bob” Kane (1915-1998) fue un adolescente apasionado por los cómics de prensa. Durante la enseñanza secundaria en el DeWitt Clinton High School hizo sus pinitos en el periódico escolar, donde coincidió con el excepcional artista Will Eisner (1917-2005). Estudió arte y entró como aprendiz en un estudio de animación.
Se introdujo luego en el mundillo del comic con irregular éxito a causa de su falta de habilidad literaria, cosa que cambiaría en 1938, tras conocer a Milton “Bill” Finger (1914-1974) durante una reunión de antiguos alumnos del DeWitt Clinton.
Natural de Denver, Finger era un escritor talentoso, empleado en una zapatería, que siempre quiso ser guionista de cómics, por lo que la alianza entre ambos fue cosa lógica.
Los creadores de Superman, Jerome “Jerry” Siegel (1914-1996) y Joseph “Joe” Shuster (1914-1992), eran otros dos adictos al cómic que habían creado las bases de su personaje ya en 1933, cuando vivían en Cleveland (Ohio). Al igual que Kane y Finger, habían compartido centro escolar, el Glenville High School.
Mientras Siegel había soñado desde siempre con ser escritor, debutando en la revista del instituto, Shuster tenía un gran talento artístico; siempre quiso ser dibujante y, aunque era repartidor, colaboraba habitualmente como ilustrador con Siegel por pura afición.
De Krypton a Gotham
En 1933, Siegel y Shuster se centraron en las comic-strips. Creían que la industria emergente del cómic les ofrecería más posibilidades que el exigente mercado de las publicaciones pulp.
Pero ninguna agencia de sindicación se interesó por su trabajo. Ello no impidió que siguieran atosigando a los editores en busca de un espacio que lograron en 1935, cuando la naciente National Allied Publications buscaba personal ajeno a los syndicates con el que alimentar sus cabeceras reduciendo costes.
La compra de National Allied por parte de Harry Donenfeld (1893-1965) y Jacob “Jack” Liebowitz (1900-2000), quienes la rebautizaron como Detective Comics Incorporated, precipitaría el nacimiento de Superman, pues ambos buscaban estrella para lanzar una nueva cabecera, Action Comics.
Fue el editor, Vincent “Vin” Sullivan (1911-1999), quien intuyó el atractivo del Hombre de Acero, de suerte que los veinteañeros Siegel y Shuster, inocentemente, vendieron el personaje y todos los derechos a DC por 130 dólares de la época.
Superman, alumbrado en junio de 1938, cuyo aspecto heroico se inspiraba en el célebre actor Douglas Fairbanks (1883-1939), entretanto su alter ego, Clark Kent, no era otro que el cómico Harold Lloyd (1893-1971), causó una verdadera convulsión.
La fusión entre historia de alienígenas, aventura, poderes sobrenaturales, valores heroicos y justicia cautivó inmediatamente a los lectores. Era una combinación eficiente para el público infantojuvenil de la infinidad de ideas que ya andaban circulando en el circuito del cómic y el pulp.
Sullivan se concentró entonces en la segunda revista de DC, Detective Comics, destinada a historias policíacas y de misterio. Había encontrado un filón, por lo que decidió que esta cabecera también contaría con su justiciero estelar.
Reunió a todos los artistas de la casa, Kane entre ellos, y les proporcionó pocas instrucciones, pero nítidas: el personaje debía tener un aspecto similar a Superman, pero encajando en la temática de la publicación.
Bob Kane tenía ideas, pero no era escritor. Lo ignoraba todo acerca de los relatos, la intrahistoria o las motivaciones del proyecto, pero tenía claro que su héroe no podía venir de otro planeta como Kal-El.
Tratándose de un detective, se alejaría de la fantasía o la ciencia-ficción, pero tendría habilidades similares a las de Flash Gordon, que ya arrasaba en la prensa adulta.
Encontró entre sus bocetos algo con lo que comenzar cuando recuperó un antiguo personaje desechado. El principal cambio que introdujo sería la capa: desde la infancia le había maravillado el ornitóptero de Leonardo da Vinci (1452-1519), cuyas alas podían ajustarse al cuerpo mediante un arnés y darle el aspecto surrealista de un hombre murciélago.
Además, en 1920 se estrenó The Mark of Zorro, dirigida por Fred Niblo (1874-1948) e interpretada por el inevitable Douglas Fairbanks, película que a Kane le fascinaba.
El personaje, nacido del relato de 1919 The Curse of Capistrano, de Johnston McCulley (1883-1958), era perfectamente antisimétrico a Superman, hecho que vendría a justificar sus futuras confrontaciones: el kryptoniano sólo era verdaderamente él cuando se descubría, pero Batman solo sería él mismo cuando se cubriese.
Sin embargo, no bastaba con lanzar a un tipo en leotardos con alas de murciélago a revolotear sobre los criminales. Debía tener un entorno propio que justificase su apariencia y estilo.
Recordó entonces otra película experimental de 1930 dirigida por Roland West (1885-1952), The Bat Whispers, basada en una novela plena de goticismo tardío de Mary Roberts Rinehart (1876-1958).
El argumento se centraba en la figura de un aterrador criminal sin identidad que actuaba disfrazado con un traje de murciélago. Así nació la turbia atmósfera de lo que luego sería Gotham City, otra antisimetría perfecta con la cegadora luminosidad de la Metrópolis en la que se desenvolvía Superman.
No obstante, Kane necesitaba de un adecuado marco narrativo, tarea que recayó sobre Bill Finger.
Un autor meticuloso, que ponía gran interés en la documentación y los detalles, que se encargó de pulir el concepto y hacerlo funcionar: las mallas originales del boceto eran rojas, carecía de guantes y se cubría el rostro con un antifaz.
Así, pensando ya en futuros argumentos, las primeras aportaciones de Finger serían decisivas: dotarlo del famoso capuchón de orejas puntiagudas, y que éste fuera la extensión de una capa con cortes en la punta, de modo que cuando el personaje corriera, saltara o se balanceara, adquiriese el aspecto del ornitóptero davinciniano.
Después, para incrementar el aspecto intimidante, sugirió que no se le vieran los ojos y modificó el color del traje hacia una combinación de negro y gris, más apropiada para actuar en la oscuridad.
Tras analizar la idea de la dualidad de intenidades de El Zorro, Finger pensó en diferentes opciones de sesgo aristocrático y colonial que podrían adecuarse al nombre de un rico y aburrido millonario playboy como el del legendario monarca escocés Robert Bruce.
Recordó asimismo el nombre de un general de la guerra de la independencia estadounidense: “Mad” Anthony Wayne (1745-1796). Así, el alter ego de Batman no sería otro que Bruce Wayne, cosa que al dibujante le pareció divertida por la obvia rima consonante con su propio nombre, Bob Kane.
Eso presentaron a Vin Sullivan, que se convenció de inmediato. Ahora había que generar la primera historia de The Bat-Man, siempre con el guion intercalado en los primeros tiempos.
El primer vuelo de la capa negra
Bill Finger asumió que el personaje no tenía poderes especiales, e insistiría contumaz en la idea de subrayar su humanidad, aclarando que podía ser herido e incluso morir, a fin de alejarlo de Superman. Recurrió a sus fuentes de inspiración habituales: el pulp de género policíaco y el cine negro.
En concreto, existía ya un personaje radiofónico de su interés, que guardaba muy singulares parecidos con su creación: The Shadow –La Sombra–, un millonario llamado Lamont Cranston que redimía un turbio pasado aterrorizando a los criminales, valiéndose de capacidades mentales y de ocultación aprendidas en el Tíbet.
La primera historieta de Batman, de tan solo seis páginas, titulada The Case of The Chemical Syndicate, hizo algo tan inteligente como dar por supuesto que el lector ya estaría familiarizado con los contextos y situaciones tópicos del género.
Ubicaba al héroe ya en acción, resolviendo un caso de asesinato y desvelando su verdadera identidad en la última viñeta.
El guion era muy básico. El dibujo parecía apresurado. De hecho, ambos elementos irían perfeccionándose sobre la marcha y en la medida en que los creadores entendieron a la creación, pero el conjunto era efectista y sorprendió a los lectores.
Hasta que el dinero nos separe
Los paralelismos con el hijo de Krypton fueron más lejos. Bob Kane nunca ocultó su interés por la fama y la fortuna, por lo que anduvo más listo que Siegel y Shuster. Más incluso que Finger.
Kane tenía un familiar abogado que le aconsejó registrar la propiedad de Batman, cosa que hizo en solitario. Así, cuando firmó el contrato con DC constó como único creador.
De hecho, se estipuló como cláusula que la frase “Batman creado por Bob Kane” apareciese en cualquier contexto en el que se empleara, aunque él no hubiera participado directamente.
Un movimiento que le haría muy rico y popular, pero profundamente ingrato, pues, si nos atenemos a los hechos, Batman como creación debía tanto a Finger como a él mismo.
Bill Finger falleció en 1974 sin haber obtenido en vida reconocimiento alguno por su contribución, si bien recibiría infinidad de homenajes póstumos. El propio Kane, en su autobiografía de 1989 –Batman & Me-, quiso zanjar el debate dejando constancia de un tímido agradecimiento hacia su colega.
A partir de 2015, DC Entertainment anunció que el guionista aparecería como cocreador de Batman en cualquier película o producción televisiva del personaje.
Con Siegel y Shuster, vidas paralelas, sucedió que al comienzo fueron premiados con un salario astronómico para la década de 1940, pero luego quedaron relegados. En 1947, cuando su contrato de diez años con DC estaba cercano a expirar, plantearon una primera demanda por la titularidad del personaje.
Irónicamente, a los creadores del héroe más popular y millonario de la historia del cómic, el futuro no les sonrió. Terminaron, incluso, enfrentados entre sí, mientras sus respectivas carreras continuaron con altibajos.
La situación mejoró en 1975, cuando Warner Communications, ya entonces propietaria de DC Comics, les proveyó de un pago anual, un seguro médico y el reconocimiento de su autoría a cambio del cese de las hostilidades legales.
Actualmente, los derechos sobre Superman están en manos de los herederos de Siegel, que siguieron litigando, y a cuya titularidad parcial pasaron en 2013. Los herederos de Shuster aún reclaman, pues quedaron fuera de la sentencia.