Hans Dannenberg Castellanos, nuestro embajador en Canadá, regresa convertido en cenizas. Lo destrozó un desmán cardiovascular, quizás secuela del cáncer que lo corroía desde hacía un par de años. Quizás secuela de tantos años de servicio diplomático en Delhi, India, una de las ciudades más contaminadas del planeta.
Su regreso a la tierra en el sentido bíblico, empero, será por siempre insuficiente para borrar su estampa de hombre profundamente bueno, humilde, servicial, alegre en las tantas desgracias que la vida, injustamente, le deparó.
Hans fue un embajador excepcional en Asia, Europa y en América. Su partida definitiva es realmente una pérdida sin remisión. Una pena, inmensa como su dedicación al país al que tanto quiso.
A Giselle, su esposa, y a sus hijos Hans Manuel y Marcus, vaya este editorial en señal de solidaridad y respeto de parte de todo el Grupo Diario Libre.