En pleno apogeo de la Navidad, con los tapones redoblados hasta su máximo nivel, debemos ser justos en algo: la culpa es nuestra.
No se trata de un problema de agentes de tránsito, ni tampoco de que nos faltan mejores y más amplias avenidas.
Tampoco necesitamos un mejor sistema de semáforos, por más que queramos u odiemos a Transcore Latam.
No, la culpa es de cada uno de nosotros que salimos a las calles pensando que nuestro tiempo es más importante que el del siguiente conductor.
Es culpa de nosotros porque queremos cambiar de carril cada vez que el vehículo delante del nuestro frena.
Es culpa de nosotros porque queremos seguir doblando hacia la izquierda desde el carril de la derecha.
Es culpa de nosotros porque nos comportamos como si nuestros vehículos no tuvieran freno y preferimos chocar que detenernos.
Es culpa de nosotros porque no cedemos el paso ni dejamos que las ambulancias y camiones de bomberos pasen.
Es culpa de nosotros, porque siempre queremos culpar a todos, menos a nosotros mismos.