La MET Ópera de Nueva York acoge por vez primera en su historia (y hasta el 2 de diciembre) la ópera titulada ‘X: Life and Times of Malcolm X‘, una irregular versión sobre la vida del carismático líder negro asesinado en 1965 en circunstancias aún sin aclarar del todo.
La ópera, estrenada por vez primera en 1986 por un equipo enteramente de raza negra -toda una novedad en aquel momento- llega ahora al escenario del Lincoln Centre, el templo por excelencia de la cultura más elitista de Nueva York, símbolo de la aceptación de la figura de Malcolm X en el canon de la cultura contemporánea estadounidense.
En la representación de la obra a la que acudió EFE, había una presencia inusualmente alta de la Nueva York más multirracial, con personas que no suelen verse en los espectáculos operísticos, y que reaccionaron sin gran entusiasmo al terminar las cuatro horas que duró la pieza de tres actos, una pieza llena de mensajes políticos contundentes pero de música no siempre accesible.
Un personaje con luces y sombras
La ópera compuesta por Anthony Davis en 1986, con libreto de su propio hermano, no rehúye la complejidad de un personaje fruto de una época muy convulsa, que se cambió dos veces de nombre -la primera, para renegar de un pasado esclavista; la segunda, tras convertirse al islam- y que no renunciaba a la violencia en los tiempos de la resistencia pacífica enarbolada por Martin Luther King.
«Yo no voy a poner la otra mejilla», dice en un momento de la obra Malcolm antes de proclamar que los afroamericanos tienen el deber de «usar todos los medios a su alcance».
En la ópera de Davis, no es casual que los pocos personajes blancos sean la representación del Poder con mayúsculas: los policías, el FBI y los periodistas, que sojuzgan a masas mucho más numerosas de hombres y mujeres negras.
La obra subraya con convicción una paradoja de la vida de Malcolm: mientras que siempre luchó por la colectividad -la ´Nación´ en su vocabulario- y aparece en casi todas las escenas rodeado de multitudes, queda cada vez más de manifiesto la enorme soledad con que vive sus evoluciones y sus dramas.
Un tenor al que el papel le quedó grande
La obra de Anthony Davis opta por contar la vida entera de Malcolm X desde su niñez hasta su muerte, recreándose a veces de forma innecesaria en su evolución ideológica más que personal, en doce episodios que a veces se hacen tediosos, y donde un grupo de danza contemporánea que baila siempre en torno al protagonista complica cada escena en lugar de aligerarla.
Aun así, la producción actual de Robert O´Hara tiene momentos coreográficos brillantes, como la entrada del joven Malcolm en prisión, rodeado por los amenazantes carceleros, o su peregrinación a La Meca, donde el personaje, ya rebautizado como Malik Al Shabbazz, no puede evitar sentir una desgarradora soledad aun estando rodeado de masas de fieles.
Pero si hay un detalle en la que la actual ópera cojea es en la elección de Will Liverman como el protagonista principal, el Malcolm de la edad adulta: ni posee el porte y la estatura del activista, ni su voz tiene la potencia requerida para llenar el escenario de la MET.
Esos dos detalles hacen que su personaje quede a veces opacado por el de su esposa, el de su hermano o el de su mentor y luego enemigo, Elijah Muhammad, caracteres que llenan el escenario con más poderío que el de Liverman.
En cuanto a la música, la ópera de Davis trata de abarcar toda una paleta de música contemporánea donde caben numeros guiños al swing, pero sobre todo al jazz, y que contribuyen a anclar la obra inequívocamente en su tiempo, un tiempo que todavía no es pasado en la América contemporánea.