Los libros de memorias son indispensables para poder escribir, sin especulaciones ni enjuiciamientos prejuiciados, la historia de un país. De ahí la importancia de este género y el valor que se le concede al relato de los aconteceres personales, que en gran medida también son colectivos porque el hombre vive dentro de su sociedad y en ella se sitúa para rememorar hechos y propósitos.
En nuestro país son escasos los libros de memorias, aunque en las últimas décadas hemos podido celebrar los recuerdos vivos que destacadas personalidades públicas han estampados en formidables textos memoriosos. En otras latitudes es frecuente que hombres y mujeres que tuvieron una activa presencia en los escenarios históricos de su tiempo, escriban sus memorias para dejar constancia de su paso por ellos.
Nada cuenta o aclara mejor determinados hechos históricos, conductas públicas, haberes personales, que un buen libro que recoja la vida del autor y sus enredaderas biográficas, donde se recrean los episodios de la vida social en los que ha tomado parte activa, junto a los roles jugados por otros protagonistas, del tipo que sea, que inevitablemente han de salir en la foto. El memorioso que escribe su andadura vital deja, al hacerlo, una estela de conocimientos imprescindibles para construir o reconstruir la historia, por lo que esa práctica escritural tan necesaria debiera ser siempre asumida por el político, el empresario, el profesional, el artista, el escritor notable, toda persona que entienda que contribuye a que se conozcan determinadas realidades desde la esfera particular de quien las recuerda y patentiza en libro.
Desde luego, hay que cumplir dos facetas indispensables para que un libro de memorias cumpla su cometido: primero, ser fiel a lo sucedido, no ensombrecer con ocultamientos y visiones cerradas lo que describe; ceñirse a la verdad histórica personal con espíritu libre y sin ataduras; y segundo, ser valiente. Hay un alto grado de valentía en quien escribe sus memorias, pues sabe que en algún punto del camino redactado ha de revelar aspectos que no sean del agrado de otros componentes de la historia que narra. Valiente, audaz, responsable de lo que dice. Esa es una cualidad reservada a hombres superiores, y sin esa cualidad no habrá memoria que valga.
Rafael Alburquerque de Castro ha escrito sus memorias cumpliendo con estas dos normas y agregándole una buena dosis de anécdotas que ilustran su exposición, bajo una brillante escritura que mantiene un ritmo que obliga al lector a no abandonar la historia que se cuenta, y con un manejo equilibrado de la forma, de modo que los ejemplos que coloca sobre el tablero de su memoria permitan una lectura agradable, apasionante, reveladora, a través de la cual descubriremos no sólo las facetas que marcan el derrotero del autor, sino los episodios de nuestra historia contemporánea donde el mismo estuvo en primera línea, permitiéndonos conocer rasgos y veleidades de otras figuras de su tiempo histórico.
Don Rafael es hijo de un hogar de desafectos al régimen de Trujillo y, a su vez, de una familia donde primaban los valores morales. Lo primero, tras un padre que sufrió los rigores de la dictadura, va a sembrar en el hijo el interés por la política y va a forjar en él una fragua de contiendas donde saldrá vencedor de todas las tempestades, que no fueron pocas. Lo segundo, moldeará su carácter y lo convertirán en un hombre prudente, inteligente, decente y digno, sin que estas cualidades impidan exhibir un carácter fuerte, reacio a las veleidades, embebido de la savia de la justicia como factor fundamental de su servicio público y profesional, y centrado en valores éticos.
La prudencia lo llevará a no mencionar nombres en la mayoría de las situaciones que revela en su libro; los pecados, más no los pecadores; contar la historia porque merece ser contada y conocida, pero sin que viese la necesidad de hacer señalamientos directos y herir susceptibilidades, como suele decirse. El lector que investigue por su cuenta. Y es buena tarea. La inteligencia se forja con el estudio, al que dedicó su juventud, esforzándose en prepararse profesionalmente a los más altos niveles, desde la universidad estatal hasta la Sorbona y otros centros académicos franceses y holandeses. Inteligencia que renueva constantemente con permanentes evaluaciones de los tratadistas del género profesional del Derecho que optó en especializarse: Derecho del Trabajo y la Seguridad Social. Decencia que despliega en el trato con los demás y que todos le reconocen. Dignidad que despliega a raudales en los vaivenes, a veces insospechados, tantas veces traicioneros, de la política, donde se mantiene erguido, cobijado por el valor inalterable de sus principios -aquellos que comenzó a forjar desde el hogar, con un padre que le enseñó la fortaleza de sus vivencias y los atributos del decoro- y de donde saldrá tiempo después erguido, como una columna jónica, coronado por el desagravio, con las volutas de su capitel mostrando una testa de honor y lealtad a principios, valores y liderazgos maestros.
Describir paso a paso las memorias de don Rafael, publicadas a sus 83 años de vida, después de una juventud muy activa políticamente, y de una madurez que rinde aún frutos vivos a su país, es tarea imposible. Hay necesidad imperiosa de leerlo, si se desea conocer la verdad de muchos acontecimientos de la historia política dominicana de los últimos cinco o seis decenios. Las revelaciones son múltiples, y estoy seguro que sólo un círculo probablemente pequeño las conoce. El anecdotario es rico en informaciones de alto relieve que reconstruyen andanzas y sucesos. Y ese mismo anecdotario aporta tantas veces una de las características del texto que es, a su vez, señal viva de la personalidad del autor: sentido del humor. Uno se ríe, se sotorríe y explota en carcajadas abiertas con determinados episodios rememorados por don Rafael.
Y más allá, siempre presente, esa vida profesional tan activa, plena de sensibilidad a los derechos de los trabajadores, que le permitió escalar altas posiciones en organismos internacionales, donde hoy es reconocido como uno de los expertos en la materia. Pocos como él, o mejor, sólo él, en República Dominicana, alcanzó niveles de nombradía tan alta en organismos como la Organización Internacional del Trabajo (OIT), y políticamente en la entidad que agrupaba a las juventudes socialistas de la socialdemocracia, cuya filosofía introdujo en el país, cuando a la Internacional Socialista no había llegado todavía quien fuese el más encumbrado de nuestros políticos en esa esfera, José Francisco Peña Gómez, introducido por don Rafael en la misma.
El autor fue perredeísta, prácticamente desde sus años de apertura en el país, siempre al lado de su mentor, Juan Bosch. Fue peledeísta, siguiendo a su guía, participando en el momento fundacional y siendo actor de primer orden en el crecimiento de ese partido. Y es hoy fuerzapueblista para continuar su fidelidad a los mismos principios de antaño. Don Rafael es un ente político activo que hasta su partido propio tuvo cuando determinadas circunstancias (que se cuentan en el libro) le obligaron a poner tienda aparte. Empero, su historia de vida ha demostrado que, por encima de todos los sinsabores sufridos, mantuvo su lealtad al maestro y siguió siendo leal hasta hoy a sus enseñanzas y a su memoria. Y más acá, a los valores de los nuevos liderazgos. Esa es una de las grandes enseñanzas de su libro, sobre todo para los políticos jóvenes y para los políticos de ocasión que suelen bajarse del barco al primer oleaje.
Este es uno de los grandes libros con los que se va cerrando el círculo de publicaciones relevantes de este 2023 que comienza su periodo final. Y es una de las memorias políticas que mejor contribuye al conocimiento y revisión de la historia política dominicana. El libro de un hombre que ha dejado huellas sensibles, dinámicas, dignas, en los senderos de la vida nacional. Si el lector es historiador, político, periodista, profesional del Derecho, dirigente sindical, o simplemente lector sin etiquetas, debe asumir esta lectura imprescindible que Rafael Alburquerque presenta a la sociedad, en el ejercicio de una escritura sabia, detallada, sin medias tintas, deleitosa, prudente y, a su vez, directa, valiente, con algunos uppercut al mentón que quedan inscritos en la memorabilia política nacional.
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HUELLAS EN EL SENDERO
Rafael Alburquerque, Impresora Soto Castillo, 2023, 289 págs.El relato pormenorizado de una vida llena de los afluentes de batallas políticas, de adversidades y logros tangibles, de fidelidad a principios, de valores familiares y de mucha dignidad.
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AÑOS IMBORRABLES
Rafael Alburquerque Zayas-Bazán, AGN, 2008, 162 págs.
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NAVARIJO
Francisco E. Moscoso Puello, SDB, 2015, 485 págs.
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TESTIMONIOS DE UN OCTOGENARIO
Ángel Miolán, Editorial Letras de Quisqueya, 1995, 286 págs.Las memorias de este gran luchador antitrujillista, de la batalla contra Trujillo en República Dominicana y Haití. Fue el primer tomo -prologado por José Rafael Lantigua- de cuatro volúmenes que el autor no logró completar.
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MEMORIAS DE UNA VIDA INTENSA
Enriquillo A. del Rosario Ceballos, Editorial Santuario, 2016, 298 págs.Formidables memorias, en primera parte, de este destacado diplomático, quien fue el embajador en Estados Unidos del gobierno de Juan Bosch, posición que repetiría durante el mandato de Antonio Guzmán.