Esta historia empieza así: “Pedro Sánchez perdió las elecciones el 23 de julio de 2023. Ese día decidió que seguiría gobernando España”. Porque… ¿quién ha dicho que en una democracia importa algo la voluntad popular, haber prometido guardar la Constitución, las leyes, el sentido común, el bien común, la igualdad de todos los españoles, las sentencias sobre sedición o los golpes de Estado…?
Noooo… nada de eso es obstáculo cuando la voluntad y la angurria definen a un político, se ha mentido en todo lo importante y se carece molecularmente de escrúpulos.
España en su laberinto. España desconocida y no para mejor. En horas bajas, dividida, enquistada en el pasado guerra civilista que desde el gobierno de Zapatero ha resucitado los rencores de hace casi 90 años.
Sánchez quiere enterrar la Constitución de la concordia post dictadura, crear españoles de primera y de segunda, siendo los de primera, paradójicamente, la minoría separatista que le vende (no, no le vende: le alquila) el voto. Humillando a los tribunales, la policía, a los jueces, la voluntad popular, el respeto de Europa. Para eso ha tenido que llevarse por delante el PSOE socialdemócrata e instaurar el sanchismo. (Nada que ver con el compañero de fatigas del Quijote, aunque a lo peor sí…)
“Incumplió todo lo que prometió”, epitafio para su fin de mandato que algún día llegará. Amnistía a los golpistas catalanes, pactos para gobernar con el partido de los terroristas vascos (sí, terroristas confesos y convictos incluidos), alianzas estrambóticas rodeado de ineptos y de ineptas. España con la mayor tasa juvenil de paro, la menor productividad, la mayor inflación de Europa.
Pero a Pedro Sánchez lo único que le mueve es saber que perdió las elecciones y seguirá gobernando porque sabe a quién comprar y como no paga él, el precio no importa.