Los senadores invitaron al canciller de la República a una sesión de preguntas sobre la situación de las relaciones con Haití, particularmente tras la crisis y cierre de la frontera ocasionada por la construcción del canal sobre el río Dajabón en el lado haitiano.
Hasta ahí todo normal en un estado democrático con separación de poderes, en el que el poder legislativo debe ejercer el control sobre los otros dos poderes.
Pero la sesión sorprendió por el tono en que se desarrollaba. Buena parte de las preguntas eran reiterativas, sobre temas exhaustivamente ya explicados. El tono, más acusatorio que inquisitivo. Las intervenciones de los legisladores, discursos. No era el tema, era la intención. De la adulación se pasaba al ataque y de la pregunta aviesa a los oídos sordos a la respuesta.
¿Es necesario que el presidente del Senado se vea obligado a llamar al orden a los legisladores, en una sesión de preguntas a un ministro?
La vida parlamentaria, fundamental para el desarrollo de la democracia, debe tener un nivel superior al que se vio ayer.