No hay duda de que los avances de esta disciplina han sido y son innumerables. El reconocimiento visual; el procesamiento del lenguaje natural; la generación de productos finales: textos, objetos publicitarios, obras plásticas, composiciones musicales, etc. Sus resultados, hoy por hoy, impresionantes han llevado a algunos a vaticinar que la IA podría llevar a una próxima “superación” del ser humano. Esta “profecía” nos puede permitir algunas reflexiones.
Primera reflexión. Los resultados de los nuevos ordenadores no permiten dudar de que las máquinas realizan hoy tareas hasta ahora consideradas exclusivas del ser humano; en particular aquellas relacionadas con la creación de objetos mentales: pintura, música, literatura, manejo del lenguaje. Sin embargo, ¿son los objetos producidos lo que caracteriza al ser humano? Que un circuito lo pueda hacer no significa que el metal esté comportándose como un hombre; mucho menos superándolo; significa exclusivamente que producir ese objeto no es una característica exclusiva de la naturaleza humana.
Segunda reflexión. Permítanme limitarla a una pregunta. ¿Somos inteligentes porque jugamos al ajedrez o jugamos al ajedrez porque somos inteligentes? La respuesta ayuda a establecer el alcance y la significación de lo que llamamos IA: en los humanos la inteligencia es causa del juego; en las máquinas es el juego el que se supone causa de la inteligencia.
Tercera reflexión. Hay muchos programas de IA, pero cada uno resuelve un problema o produce un resultado. No existe, hoy por hoy, algo que se aproxime a una IA fuerte. ¿Por qué no disponemos de coches autónomos? Porque el entrenamiento de una IA requiere gran cantidad de datos para cada una de las opciones que contemple. La programación no puede cubrir las excepciones que se desconocen. La inteligencia humana, sí; utiliza para esto el sentido común, la analogía y la abstracción. No hay máquina que los integre.
Cuarta reflexión. Los circuitos integrados no saben que juegan, ni que crean, ni que escriben. Por supuesto, no saben que saben. El hombre, sí; se llama conciencia.
Conclusión. La IA nos enseña que la idea defendida por algunos sobre la naturaleza humana es demasiado reduccionista: el ser humano no se limita a sus productos. Se define por la conciencia basada en las preguntas que se hace: qué, por qué, para qué. Las respuestas a estas preguntas definen un aspecto del hombre, éste sí exclusivo, que nunca alcanzará una máquina: su percepción del tiempo y, de ahí, su necesidad ética.
¿No sería más realista sustituir el término IA por el de “habilidades cognitivas”?