El mayor problema que tiene la oposición política en la República Dominicana se llama Luis Abinader. No es el Partido Revolucionario Moderno (PRM) como entidad, claro que no, es la popularidad del presidente.
Abinader ha comandado una administración que, cuando no da visos de tener control de la situación, es muy eficiente en aparentar tenerlo, lo cual en política es más que suficiente, pues en política la percepción es realidad.
La primaria del domingo fue una muestra de ello, con el presidente dominando la contienda en una proporción de votos de 9-1, un mensaje concreto de que controla la base de su partido a su antojo.
Cuando se ven esos números se notan las razones por las cuales el PRM no detuvo o negoció esa primaria, como se hubiese pensado. La idea siempre fue enviar un mensaje contundente del poderío de la figura de Abinader, que no sólo salió fortalecida en su respaldo, sino que quebró los pronósticos de convocatoria a las urnas, a pesar de tener una competencia interna con pocas probabilidades.
La oposición no la tiene fácil con Abinader, más tras el fiasco de la cacareada alianza, que luce ha de ser el mayor fracaso político en la historia reciente. El presidente ha salido fortalecido y con una gestión muy bien evaluada por su electorado, cosa que percibo no es diferente en otros círculos electorales del país.
Ahora, toca a Abinader cuidar con recelo esa popularidad que ha cultivado. El tema haitiano puede ser su mayor foco de pérdida política por lo complicado que es y los matices que contiene. Además, allí chocan dos intereses poderosos, los de la seguridad nacional y el comercio, aspectos que no siempre tiran para el mismo lado. Liquidar la tensión en la frontera debe ser prioridad. Al caso haitiano se suma la economía. Si bien el gobierno ha dado la batalla en un escenario complejo, lo cierto es que por primera vez en mucho tiempo la economía se desaceleró y la batalla contra la inflación, a nivel de calle, se sigue perdiendo. Aún así, al día de hoy, está difícil derrotar a Abinader, que solo debe cuidarse de que la realidad supere la percepción, pero para mal.