En nuestro país se ha convertido en una tradición que cada vez que se avecina un proceso electoral para elegir candidatos presidenciales, municipales y congresuales, los partidos se abocan a un proceso de captación de nuevos prosélitos.
Este proceso va siempre acompañado de una gran parafernalia propagandística con la intención de motivar a su militancia a organizar nuevos seguidores para sus respectivos aspirantes. Además, buscan actualizar o renovar su padrón de electores.
Concluida toda esa bulla y derroche de recursos, las organizaciones políticas, principalmente las tradicionales con grandes asignaciones económicas, anuncian con bombos y platillos que lograron inscribir millones de seguidores, cifras que a veces superan los votos necesarios para ganar en una primera vuelta.
Sin embargo, cuando concluyen las convenciones internas por más que se maquillen las cifras de votantes siempre resultan mucho menos que los inscritos en el padrón.
Al parecer, la misma gente se inscribe en todos los partidos. Dotados en la materia afirman que no quedan bien frente al pueblo, los que al final tengan una diferencia abismal entre inscritos y participantes en su contienda interna.