Somos, como dijera con acierto John F. Kennedy al referirse a la sociedad norteamericana, una nación de inmigrantes. El poeta nacional, Pedro Mir Valentín, era hijo de cubano y puertorriqueña nacido en las entrañas fabriles del ingenio Cristóbal Colón, como lo fuera mi prima Ivonne Haza del Castillo, quien emitió su primera nota en el batey central de Angelina -cuyo padre cubano Luis Felipe Haza era gerente azucarero en el Este. Me crié escuchando nombres como Chico Conton, Walter James, Garabato Sackie. Peloteros hijos de cocolos como los Samuel, Carty y Joseph que, junto a los hermanos Alou y Marichal, precedieron a los Sammy y Big Papi que nos han llenado de orgullo en Grandes Ligas. Cocolos descendientes son la exquisita soprano Violeta Stephen y la polifacética familia Lockward, que prodigó a Juan, el «Mago de la media voz». El magistral juglar de nuestro romanticismo musical.
En mis años mozos fui asiduo de las librerías fundadas por españoles, como Amengual en El Conde, con su surtido de fabulosos paquitos, revistas de lucha libre, Carteles, Vanidades y coleccionables educativos como Billiken y Enciclopedia Estudiantil. Y el Instituto del Libro de los catalanes Escofett Hermanos, en la Nouel frente a la Heladería Capri de Mario Autore, italiano que instalaría una pizzería en la Palo Hincado. Frecuentaba la Librería Dominicana en Las Mercedes, dirigida por el amable serie 23 de ascendencia boricua don Julio Postigo, editor de la colección Pensamiento Dominicano, con más de 50 volúmenes publicados. Un activo de la Iglesia Evangélica traída por los gringos con Mr. Morgan al frente, el del Hospital Internacional.
Los italianos Pascual Prota y Di Carlo, junto a La Veneciana de don Giovanni Abramo, dominaban el ramo de joyería en la vieja ciudad de los Colones. En papelería fina y material litográfico, la Casa Svelti de Francisco Svelti Valdi, en Las Mercedes cerca de los bancos. Sellos postales, etiquetas comerciales, almanaques e impresos de calidad, Litografía Ferrúa en José Reyes, fundada en 1926 por Gerolamo Ferrúa y su hermano Antonio. Juan Bautista Ferrúa (Nino), padre de mis amigos de La Trinitaria José Leandro y Josefa, diseñaba estupendos artes litográficos.
La Dulcera Dominicana, con sus caramelos y chocolatines, era de Bolonotto Hermanos. Rocco Capano bregaba con spaghettis Catelli, chicles y caramelos. Los Bonarelli Pascale, avante don Annibale e Immacolata, llegaron en 1954 antes de la Feria de la Paz para plantar su maravillosa huella gastronómica. A La Salle ingresaron Enzo, Giuseppe (mi compañero de curso) y Gaetano. El Vesuvio (I y II), Pizzarelli, Caferelli, El Catador, Mitre, Enzo´s y Bottega Fratelli, hitos del buen gusto en la comida y la bebida de esa laboriosa dinastía.
Entre mis compañeros lasallistas de raíz italiana estaban los entrañables Frank y Fernando Rainieri Marranzini (igual su hermano Luis Ml. Machado Marranzini), hijos de Francisco Rainieri (vástago de hospederos pioneros en Pto. Plata y Santiago) y descendientes de Orazio Marranzini, radicado a inicios del XX en SJ de la Maguana, tronco de la familia Suero Marranzini de mis fraternos Julito y Camilo. De Liberato, un emprendedor primo de Orazio, proviene el amigo Celso Marranzini Pérez (nieto del asturiano Celso Pérez), de una acerada voluntad que admiro desde su infancia. Giueppa es la matriz de los Marra Marranzini. Cuenta Julito que el queso de hoja (el provola o caciocavallo criollo) fue introducido por esta inmigración.
Mi barrio San Carlos y su vía principal La Trinitaria, era el asiento de la familia Piantini, que da nombre a una exclusiva zona residencial de Santo Domingo hoy transformada en núcleo del nuevo polígono central de la gran urbe. Conforme a Antonio Guerra, los Piantini -mi familia ya que mi abuela materna era Emilia Sardá Piantini y me crié bajo su cálido alero junto a cariñosos primos- «se remontan a José Eugenio Piantini (1791-1871), armero venido de Italia, que casó con Flora Blanchard, originaria de Bánica, zona de Hincha, frontera con la colonia francesa de Saint Domingue o Haití. Tuvo también descendencia con Ignacia Arjona Ramos y con Victoria Tejera». El grueso de la familia fijó residencia en San Carlos, mientras los menos emigraron a El Seibo.
En el parque del barrio, punto de concentración de los lasallistas, llenábamos de Piantini la guagua del colegio. En el recorrido diario de la 5/3 conducida por Trigo, abordábamos junto a los Scheker y Jana. Recogíamos en la Avenida Mella a los hermanos Eduardo, Abraham y Tirso Selman Hasbún, y a sus primos los Selman Yeara. A Jorge Yeara Nasser, Antonio Alma, Anís Vidal Dauhajre, Jesús Decarán. A los Mauad, Terc, Tono, Zaiter, Nader, Tactuk, Miladeh, Yunes, Miguel, Malkun, Julian, Raful, entre otros de la colonia libanesa.
Mi madre, que nació en 1915 y convivió en su infancia en la calle El Conde con las familias árabes que en la década del 10 del siglo XX se asentaron en los contornos del Baluarte, guardaba gratos recuerdos de las hermanas Brinz y los Terc. Yo, desde niño, acudía a las fiestas del Club Sirio Libanés Palestino, del cual tengo carnet. Por eso me apasiona la culinaria árabe, con sus crujientes quipes, ambarinos repollos rellenos, el pastoso hummus con tahine, acompañado de refrescante tipile (tabbouleh). Delicias coronadas con meloso baklava, tal como las ofrece en su hogar generoso Maritza Yeara, en un verdadero jolgorio dominical.
Mi madre se educó en la escuela de Luisa Ozema Pellerano y tuvo como preceptor a don Federico Henríquez y Carvajal, el Maestro, segunda generación de sefardita curazoleño. Los Henríquez -con Noel a la cabeza, quien trajo a la isla su Arca prodigiosa a mediados del siglo XIX- nos legaron a los hijos de Israel en versión sefardita, con Francisco, Enrique, Enrique Apolinar. Pedro, Max, Camila (los Ureña), Francisco (Chito) y Federico (el Grateraux), de trascendente significación en la cultura dominicana y en el mundo de las letras hispanoamericanas.
Otros sefarditas, como los Marchena, aportaron comerciantes y políticos, y un exquisito músico y diplomático como Enrique de Marchena. Carlos Curiel, un agudo periodista y profesor universitario de mis mayores afectos, procedía de esa etnia. Los López-Penha, con don Haim y el genial Moncito.
Acompañaba a mi madre a realizar la compra en la Casa Pérez frente al parque Independencia, el Colmado Nacional en Mella con Santomé o la Casa Velázquez en la Meriño. Pan y galletas calientitos en la Panadería Quico de Francisco Caro en Santomé. Algunas provisiones en los almacenes de Adelino Sánchez y Bello Cámpora en la 16 de Agosto. A escoger tejidos en las tiendas de El Conde (Cerame, La Opera, González Ramos, El Palacio, La Puerta del Sol, López de Haro). Todos negocios de españoles, como lo era el almacén de Manuel Corripio, a donde acudíamos a adquirir materiales de construcción. Como Fefita cosía y bordaba, se abastecía en la Mercería Siragusa, de ancestros italianos llegados vía Pto. Rico, y en la Casa Fucsia, atendida por hermanas portuguesas.
Fuera del preescolar en Los Angelitos, estudié dos años de primaria en Ntra. Señora de la Candelaria, colegio de monjas españolas establecido en San Carlos, barrio de fundación canaria, cuyas servidoras mantuvieron estrecho vínculo con mi familia. A mediados de la década del 50, fui testigo vivencial de la inmigración de agricultores españoles que se asentó en Constanza. Con cuyos miembros socializaba mi familia, con casa de veraneo en esa deliciosa comarca, convirtiéndose el hogar de mi abuela en Ciudad Trujillo en punto de visita y pernoctación de muchos de ellos. Desde aquel refugio montañés enclavado en el fértil valle de gratos recuerdos, vi asentarse las laboriosas colonias agrícolas húngara y japonesa.
En los contornos del Palacio Nacional, en casa de mis padres en la Martin Puche, crecí junto a los hijos de Guido D’Alessandro, el arquitecto italiano que acometió dicha obra bajo Trujillo. Al igual con los hermanos Rimoli -a quienes visitaban sus primos Giuseppe, Renato, Humberto y Roberto-, hijos de don Cesare, quien laboró con Amadeo Barletta. Iba a la misa oficiada en San Juan Bosco por el salesiano italiano Enrique Mellano, director del colegio homónimo y superior de la orden para el Caribe.
Fray Mateo Rodríguez-Carretero Salamanca (el Padre Miguel), párroco de San Carlos oriundo de Córdoba y ordenado por el Arzobispo Nouel en 1931, nos bautizó y con él hicimos la primera comunión. En mi niñez en la Eugenio Perdomo colindábamos en casas gemelas con el maestro catalán de la plástica don Josep Gausachs, en cuyo hogar me trataban con cariño, siendo vecinos de los Vela. En la Peña y Reynoso residían varias familias chinas apellidadas Joa, con almacenes de provisiones en el entorno del Mercado Modelo.
Al lado de mi casa de la Puche vivió el comerciante español Modesto Aróstegui. Al doblar en la Francia –sector urbanizado por el francés George Louis Gazon, padre del arq. Henri Gazon Bona- los republicanos Güemez y Aznar. En la esquina, Reid & Pellerano, distribuidora de Austin y Land Rover -socios Donald Reid y Rogelio Pellerano Romano, auxiliados por el escocés Charles Reid. Vecino, Elías Arbaje con esposa e hijos, árabe descendiente de Las Matas de Farfán. La familia Stamers, oriunda de Samaná, emparentada con los Lockward Stamers. Más arriba, el recto coronel Tomás Flores, boricua hermano del compositor Pedro Flores y el coronel Charles McLauhling, estadounidense fundador de CDA, padre de Alma, consorte de Negro Trujillo.
Hoy la batidora pluriétnica bate. Visibiliza a atletas de ascendencia haitiana que engrosan el medallero dominicano. Luisito Pie, bronce en taekwondo en Olímpicos de Río 2016, plata Panamericanos 2015, oro Campeonato Panamericano 2014 y plata 2018. Zacarías Bonnat, plata en pesas Olimpíadas 2020, Panamericanos 2019 y oro y bronce en Centroamericanos. Fiordaliza Cofil, oro en relevo 4x400m Mundial Atletismo 2022, plata Centroamericanos 2018. Marysabel Senyu, oro en salto alto Centroamericanos 2023 e Iberoamericanos 2022, plata Bolivarianos 2022 y Panamericanos Juveniles 2021. Apenas lo visible del iceberg.