El término ’“padre de familia“ tuvo (tenía, tiene) una acepción diferente en nuestro país, que lo diferenciaba de la que se le da en el resto del mundo de habla hispana.
Aquí, hablábamos de los “padres de familia“ como aquellos que exigían derechos por encima de los del resto de los mortales, que se atribuían la potestad de atropellar a los demás a cuenta de sus necesidades, que se llevaban por delante a cualquiera bajo el pretexto de su condición. El término, en realidad, nació para designar a los llamados sindicatos de choferes que hicieron cuanto les vino en gana en y con los sucesivos gobiernos.
Hoy, son reconocidos empresarios y respetados senadores y diputados, que no se reconocen como “padres de familia“, así que han dejado el uso del término para los demás.
Y los demás somos… todos los demás.
Piensen en el incidente del ex policía que salió de su yipeta con una pistola tras un incidente con un autobús, que terminó con uno de ellos preso y el otro en el hospital. Los padres de familia somos todos los que compartimos la calle con tipos como ellos. Ni uno debería estar autorizado a portar armas ni el otro a manejar un transporte con pasajeros. Lo demostraron.
Los padres de familia son los olvidados, los que no cuentan para los políticos que están en el poder ni los que penan en la oposición. Los que aguantan el teteo tratando de dormir para ir a trabajar al día siguiente. Los que se montan en motoconcho a cabeza descubierta mientras un sociópata les lleva por la ciudad con su casco puesto.
El control de la calle no implica solo la persecución a los delincuentes. La calle ya no pertenece a los ciudadanos que pagan impuestos disciplinadamente. Ganaron los inciviles. Nadie está prestando atención, aunque eso resta votos.