El respaldo que las organizaciones ambientalistas han dado a Miguel Ceara Hatton, ministro de Medio Ambiente y los ataques furibundos que le han lanzado sus compañeros de partido tiene un par de lecturas.
La primera es que las diferencias -serias y públicas- entre los grupos medioambientales y el ministro no son de índole personal, sino programáticas. Motivadas, por ejemplo, por la falta de iniciativas públicas sostenidas para la conservación de nuestras áreas protegidas. Otras irregularidades dentro del Ministerio, que vienen de lejos, no se pueden ocultar.
La segunda lectura, por supuesto, es que el clientelismo, esa factura que paga el ciudadano con sus impuestos para beneficio directo de la clase política y que es un freno clarísimo al desarrollo del país, sigue siendo la moneda de cambio que los partidos manejan para la compra de votos.
Nóminas, nominillas, caja B, contabilidad paralela, contratos encubiertos de asesoría, nóminas supernumerarias, empleos innecesarios, botellas. Maneras de llamar al mismo problema. Danilo Medina, en un Diálogo Libre lo comparaba al “seguro de desempleo que existe en otros países”. Otros creen que la paz social tiene un precio y es éste.
Pero es mucho más fácil, no requiere tanta filosofía: es corrupción. Y la corrupción nos empobrece a todos.
La indignación que ha producido entre los dirigentes perremeístas… desanima. Sus ataques a Ceara Hatton, innecesarios e injustificables, sorprenden. Acabar con el clientelismo es uno de los puntos neurálgicos de cualquier CAMBIO sincero y estructural que un partido en el poder puede ofrecer.
¿Es fácil? No. La dirigencia del PRM ha dejado muy claro que no entra en sus planes y esa no es buena noticia.