Aunque pareciera lo contrario, nunca hemos estado tan lejanos. Más de una vez, algún escritor o periodista foráneo nos confundía y nos situaba como parte de esa geografía que rodea el Pacífico y el Atlántico, situado entre el istmo mexicano de Tehauntepec y la selva del Darién colombiano. No somos centroamericanos, pero es la geografía de más de cincuenta millones de habitantes que más próxima está a la nuestra y a la antillanía. Con la excepción de Belice, todas las demás son vecinas en avatares históricos y en intereses culturales y económicos. En verdad, somos Centroamérica y el Caribe. Propósitos comunes, dilemas parecidos, despotismos insólitos, esperanzas mutuas, desarrollo en curso, progreso en búsqueda. Es suficiente.
En nuestros años escolares, el Día de la Raza se cantaba una canción que rememoro íntegra. Al mencionar cada país, una parte decía: “Centroamérica, México y Perú, Santo Domingo y Panamá, son hermanos soberanos en la libertad”. Panamá era mundo aparte entonces. Y no todos éramos “soberanos en la libertad”. El nuestro sufría una terrible dictadura (supongo que el canto dejó de interpretarse, desde las sanciones impuestas al régimen trujillista en 1960, a instancias del gobierno de Costa Rica); Nicaragua estaba gobernada por Tacho Somoza; Ramón Villeda Morales, un demócrata liberal, estaba al mando de Honduras desde 1957, aunque fue derrocado por un golpe militar semanas después de la conjura que terminó contra el gobierno de Juan Bosch en 1963, a cuya juramentación asistió el presidente hondureño; en El Salvador habían derrocado al presidente José María Lemus, acusado de perseguir opositores y de apresar y torturar a sus enemigos políticos, iniciándose un proceso tortuoso de gobiernos cívico-militares; Costa Rica vivía una época de expansión democrática con Mario Echandi Jiménez y el caudillo José Figueres; Guatemala era gobernada por Miguel Idígoras Fuentes, quien tenía el apoyo de Trujillo, después de los sucesos conocidos de los presidentes Jacobo Árbenz y Carlos Castillo Armas; a Panamá la dirigía un civilista, elegido democráticamente, Roberto Chiari, quien había sido presidente en un periodo anterior. Ese era el panorama político centroamericano hacia 1960, cuando comenzaba la última, y tal vez la más vil etapa de la dictadura de Rafael L. Trujillo, quien se introdujo en la política guatemalteca, contribuyó allí en el asesinato de un presidente y patrocinó la elección de otro, mientras en Costa Rica democrática residía un grupo de notables figuras del exilio dominicano, encabezado por Juan Bosch. Fue en la escuela política en la cual Bosch impartía clases, donde llegó al mediodía del 31 de mayo el mocano Hipólito Medina Llauger, joven exiliado que estudiaba en esa escuela, y comunicó a Bosch la noticia del ajusticiamiento de Trujillo. Horas después, en una plaza de San José se realizó la que pudo ser, tal vez, la primera celebración por el fin de la dictadura dominicana, cuando los alumnos de la Escuela de Ciencias Políticas de San José de Coronado, a instancias de Bosch, desfilaron hacia la capital tica y allí enarbolaron nuestra bandera.
Centroamérica pues, por acciones políticas indecorosas y trágicas, como las organizadas por Trujillo en Guatemala, a más de su contubernio con los Somoza, pero también por las luchas libradas por los exiliados desde Costa Rica contra la tiranía trujillista y por las posteriores relaciones de intercambio comercial y económico, incluyendo el establecimiento en los últimos años de una pequeña colonia de dominicanos en Panamá, ha tenido una presencia indiscutible en la historia de nuestro país.
Le toca el turno ahora a la cultura. Centroamérica Cuenta (CAC) es un festival literario que se celebra desde hace diez años, fundado por el admirado escritor nicaragüense Sergio Ramírez, acompañado de un gran equipo de colaboradores. El propósito fundamental: difundir la literatura iberoamericana desde Centroamérica. Este año tendrá como sede a Santo Domingo, una distinción que debe celebrarse porque nos acerca a la región donde nació y se ha desarrollado este prestigioso festival, que llega a nosotros en un momento en que urgimos de contactos con escritores reconocidos de distintas partes del mundo y de programas de alto nivel que, como el del CAC, oferta disertaciones, diálogos literarios, encuentros con promotores de lectura, paneles de escritura e ilustración para la gente menuda, temas periodísticos, talleres de agencias literarias, presentaciones de libros y proyecciones de cine. Escritores de España, Nicaragua, Rumania, Colombia, Panamá, Honduras, Brasil, Argentina, Costa Rica, Puerto Rico, Canadá, Líbano, Venezuela, México, Guatemala, Reino Unido, Italia y El Salvador, debatirán sobre diversos temas junto a un grupo notable de escritores dominicanos, en actos que se celebrarán en distintos escenarios, ampliando así la cobertura del festival: Centro León, Santiago; auditorio del Banco Central, Universidad Iberoamericana (UNIBE), Centro Cultural de Indotel (donde se desarrollará la mayor parte del programa), Centro Cultural de España, Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña (UNPHU), Cinemateca Dominicana, Convento de los Dominicos y Cuesta Libros.
El festival CAC reunirá a escritores de gran resonancia, algunos conocidos y otros que se acercan por esta geografía isleña y antillana por primera vez. El primero, Sergio Ramírez, Premio Cervantes, siempre presente desde aquella novela inolvidable “Castigo divino” (1988), con una bibliografía espléndida que incluye su libro más reciente, “Tongolele no sabía bailar” (2021) que anda por aquí de mano en mano; Gioconda Belli, compatriota y colega de Ramírez, en la literatura y los azares políticos, poeta, novelista, que abrió una “Línea de Fuego” en 1978, y desde entonces no ha cesado su vasta producción. Su más reciente libro es su ensayo “Luciérnagas” (2022).
A estas dos cabezas del festival siguen los españoles Rosa Montero, cuyo libro “El peligro de estar cuerda” estuvo entre los mejores del año 2022 en la selección de Diario Libre; la novelista argentina Claudia Piñeiro, a quien seguimos desde que leímos de ella “Un comunista en calzoncillos” (2013) y “Las viudas de los jueves” (2012), el más popular de su amplia bibliografía; el colombiano Juan Gabriel Vásquez, muy leído en los últimos tiempos por estos lares y cuya novela “Volver la vista atrás” (2021) lo confirmó como una de las principales voces narrativas de Latinoamérica; el rumano Mircea Cartarescu, formidable novelista, ensayista, y el más importante poeta rumano de nuestros días; la puertorriqueña Mayra Santos-Febres (está sí, cercana y lejana), poeta, cuentista, novelista, autora de un poemario celebrado “Anamú y manigua” y una novela encantadora “Cualquier miércoles soy tuya” (2002), sin olvidar a “Silena serena vestida de pena” (2000) que la lanzó al estrellato literario continental.
Completan esta lista, el admirado escritor español Juan Cruz Ruiz, periodista, cronista, novelista, famoso por “Egos revueltos” (2009), “El peso de la fama” (1999), “Primeras personas” (2018); la libanesa Joumana Haddad, poeta y ensayista, de quien un día encontré en Cuesta su pequeño relato “Los amantes deberían llevar solo mocasines” (2011) y quedé impactado por su calidad. Desde entonces me hice su fan: “Supermán es árabe” (2012), “El tercer sexo” (2019), “Espejos de los fugaces” (2010), “Yo maté a Sherezade” (2020); y los poetas, de España, Luis García Montero, muy apreciado en nuestro país adonde ha venido en varias ocasiones, y el salvadoreño Jorge Galán, premio Casa de América de Poesía Americana por “Medianoche del mundo” (2016). Está considerado el poeta más relevante de El Salvador actualmente. Otras dos personalidades que vale el esfuerzo conocer y escuchar son Rubén Gallo, profesor en la universidad de Princeton, con estudios en Yale y Columbia, miembro de la Academia Estadounidense de las Artes y las Ciencias, especialista en Sigmund Freud. Y el mexicano Benito Taibo, poeta, narrador, periodista, historiador, autor, entre otros libros, de “Recetas para el desastre” (1987) y “De la función social de las gitanas” (2002).
Dejamos de último al muy admirado y querido Daniel Mordzinski, el fotógrafo de los escritores, que presentará un libro en homenaje a su gran amigo, el novelista chileno Luis Sepúlveda, que murió infectado de covid-19 en plena pandemia. Ya antes, ambos escribieron un fascinante libro poco divulgado aquí, “Últimas noticias del Sur”, resultado de una aventura viajera al sur del paralelo 42.
El país cultural dominicano debe sentirse gratamente estimulado y, sin dudas, agradecido y jubiloso, de que Centroamérica cuente para nosotros su trayecto de diez años mostrando la mejor de las literaturas del mundo. Un festival de letras y libros para debatir sobre los retos de la escritura en este mundo arruinado por las guerras, el hambre, las dictaduras, el irrespeto a los escritores, los exilios forzados, el ruido de las redes y la desesperanza. Que no falte nadie a esta cita. La necesitábamos desde hacía rato.
Del miércoles 16 al domingo 21 en todo Santo Domingo y Santiago.