Fueron los romanos los que, entre los placeres que cultivaban para hacer la vida más bella y hedonista, introdujeron ese pequeño tiempo de sueño, que resultaba cuanto más atractivo si se ejercía después de haber consumido sofisticados manjares regados con vino extraído de las viñas de los campos del Imperio.
“La palabra siesta proviene del latín sexta”, explica Juan José Ortega, vicepresidente de la Sociedad Española del Sueño, experto en medicina del sueño. “Los romanos se detenían a comer y a descansar en la sexta hora del día, que dividían en doce horas diurnas”. Desde sus orígenes romanos, la siesta se convirtió en un fenómeno transcultural que se expandió por los países del Mediterráneo y llegó a Iberoamérica.
Administrar la energía necesaria
Para mantener una buena salud, proteger el cerebro y obtener un óptimo rendimiento durante nuestras horas laborables o las que exijan un esfuerzo constante, debemos administrar convenientemente nuestra energía. Con ese fin, no sólo debemos llevar una dieta equilibrada y realizar ejercicio, sino que debemos cuidar nuestros hábitos de sueño y administrar el tiempo dedicado a Morfeo (dios griego de los sueños) con un uso racional.
El cerebro, que representa el 2 % del peso corporal, consume aproximadamente el 25 % de la glucosa oxigenada y otros nutrientes que transporta el sistema circulatorio, lo que representa una gran cantidad de energía que el cuerpo necesita aportar a ese órgano pensante para poder llevar a cabo sus funciones normales.
Además, al cerebro le pedimos que tenga que concentrarse durante largos periodos de tiempo, tomar decisiones y estar alerta a sucesivas tareas, lo cual supone un gran consumo de energía que puede generar situaciones de estrés, malos hábitos nutricionales y disfunciones del sueño.
Incluso en situaciones habituales más cómodas, el cerebro está activo durante el sueño, procesa información, recrea recuerdos y revive en imágenes problemas del día que lo han bloqueado, o lo mezcla todo y nos proporciona imágenes y vivencias oníricas absurdas y, con frecuencia, molestas; situaciones que restan el descanso que nos debían proporcionar esas horas de sueño.
La idea de que las horas de sueño no tienen nada que ver con la energía, ya sea física o mental, está muy extendida. Sin embargo, el guepardo, el mamífero terrestre más rápido del mundo, nos da un ejemplo rotundo de lo contrario. La capacidad de aceleración de este felino le permite pasar de 0 a 96 kilómetros por hora, pero pasa 18 horas al día durmiendo.
Un sueño reparador
Según John Peever, director del Systems Neurobiology Laboratory de la Universidad de Toronto, y Brian Murray, director del laboratorio del Sueño en el hospital Sunnybrook de Toronto, “no se ha logrado comprender en su totalidad el sueño, pero sí se sabe que regenera las células del cerebro, elimina las toxinas del cerebro y mejora la capacidad de aprendizaje y memorización”.
Como suele ser habitual, la mayoría de las personas no duerme lo suficiente o lo hace de una forma inapropiada, por lo que una siesta durante la tarde puede ayudar a aumentar la atención, el humor y el funcionamiento cognitivo.
El tiempo recomendado para una siesta es de veinte a treinta minutos, mientras que las siestas de una hora o más pueden ser perjudiciales y restar sus beneficios, al mismo tiempo que podría empeorar las condiciones para emprender de nuevo esta tarea en las horas nocturnas. Y las horas que los especialistas aconsejan para mejor dormir la siesta es entre las 2 p.m. y las 4 p.m., porque se considera que durante ese periodo es más fácil quedarse dormido.
Si constantemente duerme entre siete y ocho horas por noche, es probable que no requiera dormir siesta; pero si tiene un trabajo que demanda mucha energía mental o física, es recomendable que lo haga. Puede que sea imposible, según el tipo de trabajo que tenga, pero una siesta de veinte minutos es mejor que un receso de veinte minutos para tomar café.
“Presente en nuestro ADN”
Sara Mednick, autora de ‘Take a nap: change your life’ (Toma una siesta: cambia tu vida), explica que la necesidad de tomar una siesta parece estar presente en nuestro ADN, pero la presión por generar productividad después de la revolución industrial, los salarios por hora y las distracciones digitales hicieron que, de alguna manera, la siesta no fuese bien vista”; a pesar de que entre los trabajadores de las grandes ciudades, como en México y España, todavía es costumbre dormir la siesta.
Una de las ideas más arraigadas entre la población es que la somnolencia aparece después del almuerzo y debido al proceso de digestión, pero como señala Harold L. Taylor en su libro ‘Cómo administrar la energía personal’, “una cosa es segura: no es un almuerzo pesado lo que nos hace sentir somnolientos, sino los ritmos circadianos (cambios físicos, mentales y conductuales que siguen un ciclo de 24 horas)”.
Es por eso por lo que los investigadores recomiendan tomar una siesta a la tarde, ya que aumenta el estado de alerta y la productividad. Incluso la NASA programa siestas durante los vuelos, ya que ayudan a mejorar el rendimiento de los pilotos en viajes largos.
Según Victoria de la Fuente, psicóloga especialista en alteraciones del sueño del Institut Dexeus de Barcelona, “no es por la comida, como pensamos normalmente, es porque el cerebro pide un descanso”. Por eso, según la psicóloga, tomamos bebidas estimulantes como el café o el té después de comer.
Para poder beneficiarnos de la siesta, además de los consejos anteriores, los expertos indican que se debe tener en cuenta que es mejor el sofá o una butaca cómoda para reposar que la cama, porque de esa forma nos acercamos más a la duración ideal de la siesta. Eliminar la idea de que una siesta es una pérdida de tiempo porque, al contrario, contribuye a mejorar el rendimiento cuando se reanuda la actividad, y reduce los riesgos a los que nos exponemos en nuestra actividad laboral, debido a que con ella se aumenta la agudeza mental.
(Texto: Isabel Martínez Pita)