El secretario de Estado de los Estados Unidos nos dejó un amplio catálogo de elogios. Merecidos, ciertamente. Se ha intensificado la lucha contra el tráfico de sustancias ilícitas, y los resultados hablan por sí solos: récord en la interceptación de cargamentos de drogas.
Somos un aliado no solo por compartir valores —que, en la práctica, pesan poco cuando se toman decisiones estratégicas— sino porque en la región representamos estabilidad política, apertura a la inversión y un firme combate al crimen transnacional. A diferencia de otros países que atraviesan momentos difíciles en su relación con Washington, no somos un problema.
Sí tenemos un problema: Haití. Es ahí donde necesitamos el respaldo y la solidaridad del gobierno estadounidense. Ya sabemos que no habrá presiones para modificar nuestra política de deportaciones ni exigencias para aceptar refugiados económicos. Sin embargo, aún falta un compromiso más activo de Estados Unidos en los esfuerzos por pacificar Haití.
Nuestra diplomacia estuvo a la altura, con profesionalismo y una preparación meticulosa. A Marco Rubio se le presentaron soluciones que trascienden la intervención militar. Un país en ruinas ofrece pocas oportunidades para la democracia. El derecho más fundamental es el de la subsistencia. Es imprescindible pensar en cómo contribuir al desarrollo económico y social del otro lado de la frontera, al tiempo que se erradica la amenaza de las bandas armadas.
De Estados Unidos esperamos comprensión ante la magnitud de la crisis haitiana y acciones en consecuencia. Rubio se llevó una visión clara de lo que está en juego para la República Dominicana y la región. Ojalá su jefe entienda que los hechos valen más que las palabras.