Aun desconocemos el impacto de una noticia falsa, manipulada o sesgada. Frecuentemente asociamos las fake news a elecciones presidenciales, discusiones geopolíticas y otros asuntos que suelen ocupar las agendas de los medios de comunicación generalistas.
Conocí la historia de un joven cuyo maestro de ciencias sociales, en un colegio privado de Santo Domingo, le asignó como tarea realizar una denuncia social sobre un tema de actualidad.
La idea de la tarea era fenomenal: utilizar el formato que considerara más adecuado para la denuncia, ya fuera un audiovisual, una noticia escrita, un cómic, cartel o un meme. El hecho de que en las aulas dominicanas se promueva el activismo social en los jóvenes debe verse de manera positiva.
Lo preocupante era el siguiente paso: difundirlo en sus redes sociales o pedir a sus padres que lo hicieran a través de las suyas. Lo verdaderamente alarmante, que los apuntes del adolescente distorsionaban la realidad del tema elegido. Según él, había tomado esas notas del dictado del maestro.
Me pregunto cuántos padres tendrían el conocimiento suficiente para cuestionar a su hijo sobre el tema que iba a abordar. ¿Cuántos se asegurarían de verificar la veracidad de la fuente, la precisión de los datos y, en última instancia, motivarían a su hijo a investigar más para conocer distintas versiones del tema en cuestión?
El otro aspecto preocupante es el uso de un menor para transmitir un mensaje. Una de las características fundamentales de las redes sociales es que cualquiera puede participar en ellas: cualquier persona puede divulgar un mensaje y, del mismo modo, cualquiera puede recibirlo. Quizá el maestro no lo pensó, pero, sin darse cuenta, estaba contribuyendo a la difusión de información falsa en redes sociales. Hoy, más que nunca, el periodismo que da la cara a la sociedad, que se equivoca y rectifica, es indispensable.